03.04.2013 Views

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

—Yo no tengo penas, soy alegre como el sol. Pinto cuadros hermosos que la gente compra.<br />

Dicen que soy brillante. La fama es mi esposa, el halago <strong>de</strong> los hombres llega hasta mi<br />

puerta. ¿Para qué quiero más?<br />

—¿No quieres a Shirma?<br />

Osvaldo sintióse temblar y miró al viejo <strong>de</strong> hito en hito.<br />

—¿Quién te dio su nombre? ¿Cómo sabes <strong>de</strong> ella?<br />

—Lo sé todo, pintor. Tu angustia es mi angustia, tu amor uno <strong>de</strong> los míos.<br />

—¿Qué puedo hacer, mendigo? ¿Cómo creer en ti que nada tienes, ni siquiera cuadros<br />

que se ven<strong>de</strong>n o críticos que te ensalzan?<br />

—La vanidad se me perdió en un camino, el dinero nunca me acompañó.<br />

—Sigue, mendigo, ¡te suplico!<br />

—Ven, Osvaldo, vamos hasta el volcán.<br />

Pocos saben el final <strong>de</strong> esta historia, porque pocos fueron quienes vieron a Osvaldo y al<br />

mendigo escalar la montaña. Como era noche cerrada y relampagueaba sobre la cordillera,<br />

los indios estaban acurrucados en sus chozas y los callejones <strong>de</strong> la ciudad sólo reflejaban<br />

una que otra luz mortecina, como velón <strong>de</strong> entierro <strong>de</strong> fraile.<br />

El pintor Osvaldo apareció muerto en el helero, con los ojos vidriados y fijos en alguna<br />

visión <strong>de</strong>sconocida. Quienes lo encontraron afirmaron que había en su rostro una dulce y<br />

plácida sonrisa <strong>de</strong> paz. Era como si todas sus angustias y sus dolores hubiesen salido para<br />

siempre <strong>de</strong>l pecho, <strong>de</strong>jándole un sueño final en el que todos los hombres atormentados y<br />

quejumbrosos huyeran <strong>de</strong> su camino y en su lugar <strong>de</strong>jaran un mundo maravilloso, sin dolores<br />

y sin odios, sin ambiciones ni envidias, sin niños pidiendo pan.<br />

De esto hace mucho tiempo. Con la muerte, los cuadros <strong>de</strong> Osvaldo andan por el mundo<br />

como gorriones dispersos por el vendaval y mientras su cuerpo <strong>de</strong>scansa a la sombra <strong>de</strong> un<br />

ciprés, su fama ha crecido hasta los últimos confines <strong>de</strong>l globo.<br />

Sin embargo, muy pocos, fuera <strong>de</strong> su pueblo natal, saben que en el atelier se encontró<br />

el día en que lo enterraban, un cuadro <strong>de</strong> niña con tez aceitunada y cabellera dormida, <strong>de</strong>scalcita<br />

sobre un nevado blanco, caminando en las nieves con los brazos suplicantes y los<br />

ojos fosforescentes. Como es natural, el cuadro pasó a ser propiedad <strong>de</strong> los indios que tanto<br />

le amaran y hoy no se conoce exactamente dón<strong>de</strong> está. Empero, hay quien asegure que el<br />

cuadro viaja <strong>de</strong> choza en choza, manoseado respetuosamente por hombres y mujeres y que<br />

en las noches <strong>de</strong> luna, cuando el volcán resplan<strong>de</strong>ce, los indios le sacan bajo las estrellas y<br />

en los campos sólo se oye una plegaria rítmica y alargada:<br />

“¡Shirma! ¡Shiiirmaaaa!”<br />

El geófago<br />

J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

He viajado bastante en mi vida. Han querido la suerte y mi carrera que mis andanzas<br />

fuesen numerosas, pero aún no he podido dominar o controlar civilizadamente la<br />

emoción que me causa un viaje en barco o por tren. Muchas veces me he preguntado<br />

si entre mis antepasados no hubo algún marinero o, por lo menos, el maquinista <strong>de</strong><br />

alguna asmática locomotora. El caso es que a mí, cuando el paisaje se mueve, me baila<br />

el alma.<br />

Y aclaro todo esto para que no se ponga en tela <strong>de</strong> juicio por qué diablos me metí<br />

en aquel trencito, en aquella inolvidable noche <strong>de</strong> invierno y llegué a conocer a Tomás<br />

235

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!