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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

¿Miedo <strong>de</strong> qué? María tenía miedo <strong>de</strong> los puntapiés <strong>de</strong> los borrachos, <strong>de</strong> las blasfemias,<br />

<strong>de</strong> los vasos rotos, <strong>de</strong>l amor, <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong> un Cristo lleno <strong>de</strong> espinas que ella conservaba<br />

escondido entre sus ropas, como si mirarlo frente a frente pudiera provocar entre ellos un<br />

choque inexplicable. Por eso María admiró a Luis. Y lo mejor <strong>de</strong> su admiración era el saber<br />

que Luis nunca había estado en la casa gran<strong>de</strong>. Para María los hombres que iban a la casa<br />

gran<strong>de</strong> no eran muy hombres.<br />

Como el río era para Luis y María el lugar <strong>de</strong> un recuerdo, ambos regresaron a la poza<br />

y en ella a encontrarse y a hablar. Sorprendidos hallaron que a medida que las palabras se<br />

entrelazaban, un respeto mutuo nacía <strong>de</strong> sus cuerpos y aun <strong>de</strong> sus pensamientos. No era<br />

amor el <strong>de</strong> ellos todavía, porque ninguno <strong>de</strong> los dos conocía el amor.<br />

—¿Qué hay en la casa gran<strong>de</strong>? –preguntaba Luis. Y como María no respondía, él se<br />

quedaba quieto, mirando la imagen <strong>de</strong> ella en el agua, encontrando que el agua nunca había<br />

estado tan linda.<br />

—Yo soy tan fuerte –afirmaba él otras veces–, que podría llevarte cargada hasta el horizonte.<br />

Ella no lo dudó y al recordarlo, en las noches <strong>de</strong> la casa gran<strong>de</strong>, María temblaba incoerciblemente.<br />

Los encuentros <strong>de</strong> los muchachos en la poza fueron un día <strong>de</strong>l conocimiento <strong>de</strong> los<br />

padres <strong>de</strong> Luis.<br />

—Te prohibimos –sentenciaron– ver a esa cualquiera. ¿Cómo pue<strong>de</strong>s andar con una<br />

mujer <strong>de</strong> la casa gran<strong>de</strong>?<br />

—Ella no es <strong>de</strong> la casa gran<strong>de</strong> –había asegurado Luis.<br />

—Entonces, ¿dón<strong>de</strong> vive?<br />

—No importa. ¡Ella no es <strong>de</strong> la casa gran<strong>de</strong>!<br />

Era el animal acorralado. Luis <strong>de</strong>fendía a María con la misma fuerza con que había<br />

prometido cargaría hasta el horizonte.<br />

—¡Basta! –terminara el padre–. ¡Si la vuelves a ver te rompo la cabeza! Todas las mujeres<br />

<strong>de</strong> la casa gran<strong>de</strong> son malas.<br />

Como Luis no era más que un muchacho, no reparó en la mirada <strong>de</strong> su madre. Ni en la<br />

vacilación <strong>de</strong>l padre al salir <strong>de</strong>l cuarto. Sin embargo, Luis supo allí mismo que <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cería<br />

a los viejos por la primera vez. Indudablemente, Luis era un verda<strong>de</strong>ro héroe.<br />

Y a la noche siguiente, Luis subió hasta la casa gran<strong>de</strong>. Era noche vacía <strong>de</strong> estrellas y<br />

<strong>de</strong> cielo pegajoso. En la neblina <strong>de</strong> los cañaverales, la casa gran<strong>de</strong> parecía un incendio. O,<br />

quizás, una rosa roja clavada en el pecho negro <strong>de</strong> la muerte. Pero Luis había leído tantos<br />

libros que a lo mejor eso era <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> los más aburridos.<br />

Le parecía mentira subir el camino pedregoso y po<strong>de</strong>r volverse a mirar, atrás, el pueblo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cual tanto ansiara conocer la casa gran<strong>de</strong>. Pero no era mentira. La casa gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong><br />

cerca, no era tan gran<strong>de</strong>. Era sólo una casa llena <strong>de</strong> luces y <strong>de</strong> ruidos y <strong>de</strong> música. Y en ella,<br />

en algún rincón, estaba María. Y Luis sólo quería conversar con María. Le pareció bien poca<br />

cosa la casa gran<strong>de</strong>. Y tocó a una <strong>de</strong> sus puertas.<br />

—¿Qué quieres? –le preguntó una cabeza <strong>de</strong> colores.<br />

A Luis le entraron ganas <strong>de</strong> correr, porque nunca había visto una cara más fea ni una<br />

voz tan <strong>de</strong>sagradable, pero se contuvo y respondió:<br />

—Quiero ver a María.<br />

—¿A María? –dijo la cabeza <strong>de</strong> colores, y alzando su voz <strong>de</strong>sagradable, mandó un grito<br />

por toda la casa gran<strong>de</strong>–: ¡María!… ¡María!…<br />

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