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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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EMILIo RoDRíGuEZ DEMoRIZI | CuEntoS DE PoLítICa CRIoLLa<br />

—¡no le harán caso ni lo <strong>de</strong>jarán poner en planta sus i<strong>de</strong>as! –sostenían los <strong>de</strong>l otro bando<br />

político, <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong>l gobierno recién caído.<br />

En igual forma estaba dividida la opinión <strong>de</strong> los llamados “neutrales”, pues, como <strong>de</strong><br />

costumbre, había neutrales <strong>de</strong> un bando y <strong>de</strong>l otro bando, pero, en sustancia, la personalidad<br />

<strong>de</strong> don Melitón resultaba enaltecida por todos esos comentarios.<br />

Al fin, cediendo a la presión <strong>de</strong> la opinión pública, el gobierno provisional ofreció a<br />

don Melitón la cartera <strong>de</strong> Hacienda. Y en medio <strong>de</strong> la expectación general, don Melitón<br />

aceptó.<br />

Cuando, prestado el juramento <strong>de</strong> rigor, se encaminaba don Melitón a tomar posesión<br />

<strong>de</strong> su elevado cargo, no faltaron aplausos y vivas a su paso por las calles; y a la entrada <strong>de</strong>l<br />

Ministerio, don<strong>de</strong> abigarrado gentío esperaba verlo llegar, un hombre <strong>de</strong>l pueblo se cuadró<br />

frente a él y lanzó un estruendoso “¡Viva el salvador <strong>de</strong> la Hacienda nacional!”, que fue<br />

coreado en forma <strong>de</strong>lirante por la muchedumbre allí aglomerada.<br />

Don Melitón subió la escalera principal <strong>de</strong>l edificio, guiado diligentemente por el subsecretario<br />

<strong>de</strong>l ramo, e hizo su entrada en el salón que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento iba a ser su <strong>de</strong>spacho<br />

ministerial. De pie frente al escritorio que le estaba reservado, or<strong>de</strong>nó a los conserjes que<br />

hicieran pasar el personal <strong>de</strong>l Ministerio. Y cuando el salón se vio repleto <strong>de</strong> funcionarios y<br />

empleados, mientras en los pasillos inmediatos se apretujaba compacta muchedumbre <strong>de</strong><br />

curiosos, dijo secamente:<br />

—Las palabras sobran. Des<strong>de</strong> este momento empezamos a trabajar, que es lo que hace<br />

falta; pero antes quiero que el Contador general <strong>de</strong> Hacienda me resuma brevemente cuál<br />

es el estado <strong>de</strong>l tesoro público.<br />

El Contador, veterano en esas li<strong>de</strong>s, avezado a situaciones semejantes, pues había servido<br />

en el mismo puesto a doce gobiernos en continuo déficit, insinuó:<br />

—Señor Ministro, nuestro déficit es ya proverbial. El Estado <strong>de</strong>be…<br />

Don Melitón no lo <strong>de</strong>jó continuar:<br />

—¿El Estado <strong>de</strong>be? ¡Malo! Y si el mal es endémico, peor. ¡El Estado no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>ber!<br />

un trueno <strong>de</strong> aplausos coronó esas palabras. Del público amontonado en los pasillos<br />

brotaron voces exaltadas:<br />

—¡Este sí que es un gallo <strong>de</strong> pelea! ¡El Estado no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>ber! ¡Qué elocuencia! Esa frase es<br />

un monumento!… ¡El Estado no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>ber! ¡Qué turpén!… ¡El Estado no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>ber!<br />

Y la categórica sentencia <strong>de</strong> don Melitón seguía repitiéndose <strong>de</strong> boca en boca.<br />

Calmada esa tumultuaria <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> entusiasmo, don Melitón agregó:<br />

—¡El Estado no <strong>de</strong>be <strong>de</strong>ber! he dicho y lo repito. Y para conjurar la situación reinante,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hoy pagaremos al día los gastos presupuestales, y lo atrasado lo arreglaremos más<br />

a<strong>de</strong>lante. Queda terminada la reunión.<br />

Gasparito, que estaba en los pasillos en unión <strong>de</strong> don Patricio y toño, no pudo menos<br />

que exclamar en alta voz:<br />

—¡Este es un Ministro <strong>de</strong> borrón y cuenta nueva!<br />

—Cállate, muchacho! le recomendó don Patricio; pero, merced a la veleidad característica<br />

<strong>de</strong>l público callejero, la frase <strong>de</strong> Gasparito encontró, como antes la <strong>de</strong> don Melitón, quienes<br />

la repitieran con fruición, mientras el gentío abandonaba el edificio.<br />

—¡Borrón y cuenta nueva! ¡valiente panacea! ¡Borrón y cuenta nueva!<br />

Esa noche, don Patricio creyó <strong>de</strong> su <strong>de</strong>ber echar en cara a Gasparito su actitud <strong>de</strong> burla<br />

y sarcasmo para con el gran economista que había <strong>de</strong> salvar el país <strong>de</strong> la bancarrota.<br />

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