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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

a pensar. Pues ni aún Él mismo, que lo creó todo <strong>de</strong> la nada, hace algo sin antes pensar en el<br />

asunto. Una vez había habido un Noé, anciano bondadoso, a quien el Señor Dios quiso salvar<br />

<strong>de</strong>l diluvio para que su <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia aprendiera a vivir en paz, y resultó que esos <strong>de</strong>scendientes<br />

<strong>de</strong>l buen viejo comenzaron a armar trifulcas peores que las <strong>de</strong> antes <strong>de</strong>l tremendo<br />

castigo. Había sido mala i<strong>de</strong>a la <strong>de</strong> esperar que la gente cambiara por miedo o gracias al<br />

ejemplo <strong>de</strong> Noé; por tanto, el Señor Dios no per<strong>de</strong>ría su tiempo escogiendo castigos ejemplares<br />

ni buscando entre los habitantes <strong>de</strong> la Tierra alguien a quien confiarle la regeneración<br />

<strong>de</strong>l género humano. Pero entonces, ¿quién podría hacerse cargo <strong>de</strong> ese trabajo?<br />

El Señor Dios pensó un rato, un rato que podía ser un día, un año o un siglo, pues para<br />

Él el tiempo no tiene valor porque Él mismo es el tiempo, lo cual explica que no tenga principio<br />

ni fin. Pensó, y <strong>de</strong> pronto halló la solución:<br />

—El mejor maestro para esos locos sería un hijo mío.<br />

¡Un hijo <strong>de</strong>l Señor Dios! Bueno, eso era fácil <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir pero muy difícil <strong>de</strong> lograr. ¿Pues qué<br />

mujer podía ser la madre <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios? Sólo una Señora Diosa como Él; y resulta que no la<br />

había ni podía haberla. Él era solo, el gran solitario; y sin duda si hubiera estado casado nunca<br />

habría podido hacer los mundos, y todo lo que hay en ellos, en la forma que los hizo, porque<br />

la mujer <strong>de</strong>l Señor Dios, cualquiera que hubiera sido –aun la más dulce e inteligente– habría<br />

intervenido alguna que otra vez en su trabajo, y <strong>de</strong>bido a su intervención las cosas habrían<br />

sido distintas; por ejemplo, la mujer hubiera dicho: “¿Pero por qué le pones esa trompa tan<br />

fea al pobrecito elefante, cuando le quedaría mejor un ramo <strong>de</strong> flores?” O quizá habría opinado<br />

que la jirafa fuera <strong>de</strong> patas larguísimas y pescuezo <strong>de</strong> seis pulgadas. Ocurrió siempre<br />

que cualquier mujer convence a su marido <strong>de</strong> que haga algo en esta forma y no en aquella;<br />

y así es y tiene que ser porque ella es la compañera que sufre con el marido sus horas malas,<br />

y el marido no pue<strong>de</strong> ignorar su <strong>de</strong>recho a opinar y a intervenir en cuanto él haga.<br />

Pero el Señor Dios era solitario, y tal vez por eso puso mayor atención en los animales<br />

machos que en las hembras, razón por la cual el león resultó más fuerte que la leona, el gallo<br />

más inquieto y con más color que la gallina, el palomo más gran<strong>de</strong> y ruidoso que la paloma.<br />

Y la verdad es que como Él no tenía necesida<strong>de</strong>s como la gente, ni sentía la falta <strong>de</strong> alguien<br />

con quien cambiar i<strong>de</strong>as, no se dio cuenta <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía casarse. No se casó, y sólo en aquel<br />

momento, cuando comprendió que <strong>de</strong>bía tener un hijo, pensó en su eterna soltería.<br />

—Caramba, <strong>de</strong>bería casarme –dijo.<br />

Pero a seguidas se rió <strong>de</strong> sus palabras. ¿Con quién podía contraer matrimonio? A<strong>de</strong>más,<br />

aunque hubiese con quien, Él estaba hecho a sus manías, que no iba a <strong>de</strong>jar fácilmente; entre<br />

otras <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s le gustaba dormir <strong>de</strong> un tirón montones <strong>de</strong> siglos, y a las mujeres no les<br />

agradan los maridos dormilones.<br />

La situación era seria y había que hallarle una solución. Eso que sucedía en la Tierra no<br />

podía seguir así. El Señor Dios necesitaba un hijo que predicara en este mundo <strong>de</strong> locos la<br />

ley <strong>de</strong>l amor, la <strong>de</strong>l perdón, la <strong>de</strong> la paz.<br />

—¡Ya está! –dijo el Señor Dios; pero lo dijo con tal alegría, tan vivamente, que su vozarrón<br />

estalló y llenó los espacios, haciendo temblar las estrellas distantes y llenando <strong>de</strong> miedo a<br />

los hombres en la Tierra.<br />

Hubo miedo porque los hombres, que van a la guerra como a una fiesta, son, sin embargo,<br />

temerosos <strong>de</strong> lo que no compren<strong>de</strong>n ni conocen. Y la alegría <strong>de</strong>l Señor Dios fue fulgurante<br />

y produjo un resplandor que iluminó los cielos, a la vez que su tremenda voz recorrió los<br />

espacios y los puso a ondular. El Señor Dios se había puesto tan contento porque <strong>de</strong> pronto<br />

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