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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

—¡Eh, patrón!<br />

La voz venía <strong>de</strong>l lago, <strong>de</strong>l agua o <strong>de</strong> la noche, quizás <strong>de</strong> la montaña misma. Me <strong>de</strong>tuve<br />

y hurgué en la oscuridad.<br />

—Aquí, patrón, aquí –repitió la voz, cascada y ronca.<br />

A pocos pasos <strong>de</strong> distancia distinguí al fin al vejete, sentado en la grama, con una humeante<br />

pipa en la boca, tocado <strong>de</strong> gorra, vestido con suéter y calzones estrechos. De no<br />

haberme hablado pu<strong>de</strong> confundirlo con un tronco más.<br />

—Buenas noches –saludé.<br />

Muy buenas –me dijo y en seguida, sin sacarse la pipa <strong>de</strong> la boca, me invitó a sentarme<br />

a su lado.<br />

—Me aburría –expliqué innecesariamente–, no hemos venido a Bariloche para llevar la<br />

misma vida que en Buenos Aires. ¿No le parece?<br />

—Me parece, patrón –asintió–, pero muy pocos lo compren<strong>de</strong>n así. La gente huye en el<br />

verano <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s y se viene al campo o se va a la playa a hacer exactamente lo mismo<br />

que en las ciuda<strong>de</strong>s. Bailan, beben, trasnochan, se fatigan más todavía.<br />

—Habla usted –le dije– como si nos criticara.<br />

—¿Criticar, patroncito? ¿Quién soy yo para criticarlos a uste<strong>de</strong>s, los señoritos? A<strong>de</strong>más<br />

–y el tono <strong>de</strong> su voz adquirió <strong>de</strong> pronto una sorna tenue–, <strong>de</strong> los patrones vivo yo. Me pagan<br />

bien por llevarlos a pescar, por recorrer los lagos, por trepar a los cerros.<br />

Callamos un rato largo. De pronto perdí yo todo interés en conversar y la contemplación<br />

<strong>de</strong> las montañas, bajo el luar <strong>de</strong> febrero, me fue más grata que la charla aguda <strong>de</strong>l vejete <strong>de</strong><br />

la pipa. Motas <strong>de</strong> nieve in<strong>de</strong>rretible, prendidas en las cumbres, se enjuagaban con la claridad<br />

<strong>de</strong> la noche in<strong>de</strong>scriptible. Temblé repentinamente con un escalofrío, confundido quizás con<br />

la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> aquel paisaje fueguino que jamás olvidaré.<br />

—Le conmueve –oí al anciano a mi lado–, a usted, a mí, a todo hombre con alma, con<br />

corazón o con recuerdos. Este paisaje lo hizo Dios para recordarnos cuán pequeños nacimos<br />

y cuán pequeños moriremos.<br />

—Cierto –respondí, sin quererlo–, me conmueve en extremo. Estos cerros tajantes, como<br />

cortados con cuchillo, esta luna translúcida, estas aguas sin fondo…, no puedo compararlos<br />

con nada…<br />

—Por eso, patrón, estoy aquí –dijo el viejo–, y si no le molesta, le cuento.<br />

—Cuénteme usted –asentí–, que me interesa.<br />

—De mozo, patrón –comenzó el viejo, vaciando la pipa y volviendo a llenarla <strong>de</strong> tabaco,<br />

que había sacado hábilmente <strong>de</strong> una bolsa– <strong>de</strong> mozo fui rico, tuve mujeres, todas las que<br />

quise… Viajé <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Plata hasta la India, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Belgrado a Vladivostock, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Islandia<br />

hasta Borneo. Era yo uno <strong>de</strong> esos marineros para quien la única felicidad está en el mar y<br />

no en tierra, para quien un amor o unos besos saben mejor recordados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la popa <strong>de</strong> un<br />

buque, cuando la estela, al ensancharse, nos va alejando <strong>de</strong> tierra más y más, separándonos<br />

para siempre <strong>de</strong> un momento inolvidable.<br />

—Buena vida la suya –no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir.<br />

—Pues fue, patrón, fue así no más…, durante años, <strong>de</strong> mocedad y <strong>de</strong> madurez, sin cansarme<br />

<strong>de</strong> ella nunca. Amé mucho, patrón, hasta que <strong>de</strong> puro cansado el corazón no era mío.<br />

Y siempre quería más, como si en cada playa la mujer fuera más hermosa que en la anterior.<br />

El viejo mordía ahora la pipa duramente, pues sentí sus dientes rechinando sobre<br />

la ma<strong>de</strong>ra y el humo, a borbotones, saliendo <strong>de</strong> la poza y calentándome la cara. Le miré<br />

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