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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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J. M. SANZ LAJARA | EL CANDADO<br />

—La verdad –contestó–, la verdad, don Carlos, que no lo he probao.<br />

—Entonces, ven –le dijeron–. ¡Tú, gallego, ofrece a los muchachos <strong>de</strong> nuestra botella!<br />

El pulpero corrió a complacerles. El whiskey traía buena ganancia. ¡Si todo el mundo<br />

bebiera whiskey! ¡Qué ricos serían los pulperos!<br />

Cirilo miró su vaso. El gallego lo había llenado hasta la mitad con el líquido amarillo. Y<br />

Cirilo lo llevó lentamente hacia los labios. Un sorbo, otro sorbito. Sintió que entraba un río<br />

caliente por la garganta y bajaba hasta la última cueva <strong>de</strong> su vientre. “¡Esto es buenazo!”<br />

pensó Cirilo, “¡Buenazo <strong>de</strong> verdad!”<br />

—¿Le gusta? –preguntó don Carlos.<br />

—¡Mucho! –y Cirilo se relamió disimuladamente.<br />

—Pues beba, compadre, que hoy pago yo. ¡Beba!<br />

El segundo vaso aflojó los resortes más íntimos <strong>de</strong> Cirilo. ¿Qué mal había? Estaba cerca<br />

<strong>de</strong> la Petra, su dinero dormía intacto en la hondura <strong>de</strong>l bolsillo, él llevaba muchos meses<br />

sin gozarse unos tragos. Sí, había que darse gustos <strong>de</strong> hombre.<br />

Los sueños <strong>de</strong> Cirilo, perdidos en el tiempo, comenzaron a clavársele en el corazón. Le<br />

agradó aquello. Los sueños no podían <strong>de</strong>jarse <strong>de</strong>sparramados, o perdidos. No, sus sueños<br />

eran suyos y <strong>de</strong>bían estar a su lado, haciéndole compañía.<br />

—Don Carlos –se oyó <strong>de</strong>cir a Cirilo con una voz que caminaba firme y segura–, la próxima<br />

botella la pago yo.<br />

El gallego, los hombres, Quiterio, todos miraron a Cirilo. El campesino tenía en el rostro<br />

muchos árboles encrespados.<br />

—Hombre –replicó don Carlos–, no es para tanto. El whiskey cuesta mucho… De todos<br />

modos, gracias.<br />

—Así no –<strong>de</strong>safió Cirilo–. ¡He dicho que les pago una botella y la pago!<br />

Nadie contradijo. El fajo <strong>de</strong> billetes se replegó sobre la mesa, como una araña dispuesta<br />

a luchar. La pulpería quedó silenciosa. El gallego puso ante los bebedores la otra botella.<br />

—Cortesía, don Carlos –dijo Cirilo– es ley <strong>de</strong> esta tierra. Hoy tengo plata…<br />

—Muchacho –aclaró el hacendado–, me das un placer y bebo a tu salud. ¿Pero no crees<br />

que es mejor guardar tus pesos, que tanto te ha costado ganar?<br />

Se acabaron las pautas y las advertencias. Los hombres entraron en la selva <strong>de</strong> sueños y<br />

<strong>de</strong>sgajaron los árboles <strong>de</strong> la vacilación. La borrachera se les entregaba, como mujer a precio.<br />

—¡Guaite con el compadre! ¡Bebe con autoridad! –<strong>de</strong>cía Quiterio.<br />

El gallego calculaba en su cabezota las cuatro botellas. Y <strong>de</strong>spués las cinco botellas, y <strong>de</strong>jó<br />

<strong>de</strong> calcular. En la noche llena <strong>de</strong> jumiadoras y luna, la pulpería brillaba como una luciérnaga<br />

y las voces roncas <strong>de</strong> los borrachos asustaban a los sapos en el río. Alguien cantaba:<br />

“General Bimbín,<br />

déjese <strong>de</strong> bullas,<br />

ya se está creyendo<br />

que toítas son suyas”.<br />

—¡Un merengue! –interrumpió Quiterio, en pugna con su baba.<br />

—Un merengue, que lo pago yo –or<strong>de</strong>nó Cirilo.<br />

Dentro <strong>de</strong> la niebla que cubría su cerebro, Cirilo pudo a ratos ver la casa con el techo <strong>de</strong> zinc,<br />

los niños jugando sobre el suelo <strong>de</strong> cemento, la Petra por el patio, el algarrobo y los mangos.<br />

Pero como la niebla alejaba aquella casa y él no podía ver bien las caras <strong>de</strong> la Petra y <strong>de</strong> los niños,<br />

Cirilo apuró otro trago. Los tragos pasaban ahora como escopetazos, rumbo al mar.<br />

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