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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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VIRGILIo DíaZ GRuLLón | CRónICaS DE aLtoCERRo<br />

La campana rota<br />

al pasar junto a la vetusta pared <strong>de</strong> mampostería, alberto <strong>de</strong>tuvo la marcha y dio una<br />

rápida mirada a su reloj <strong>de</strong> pulsera. Eran las cinco y veinte minutos <strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> nublada y<br />

fría <strong>de</strong> noviembre, y pensó que disponía <strong>de</strong> tiempo suficiente para echar un vistazo al patio<br />

<strong>de</strong>l colegio. Era algo que se proponía hacer en cada uno <strong>de</strong> sus viajes al pueblo, y hasta hoy<br />

un obstáculo <strong>de</strong> última hora le había impedido siempre realizarlo.<br />

avanzó hasta la puerta pintada <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> <strong>de</strong>svaído y acarició las ma<strong>de</strong>ras carcomidas con<br />

la palma <strong>de</strong> la mano. Para sorpresa suya, comprobó que cedían a su presión y que la enorme<br />

hoja se movía lentamente hacia a<strong>de</strong>ntro con un quejido agudo <strong>de</strong> sus goznes herrumbrosos.<br />

avanzó un paso, traspuso el umbral y apareció <strong>de</strong> súbito a su vista el amplio patio <strong>de</strong> tierra,<br />

rematado en el fondo por el antiguo edificio <strong>de</strong> dos plantas que alojó las aulas.<br />

Recorrió con la mirada todo el recinto, bor<strong>de</strong>ado por los altos muros grises don<strong>de</strong> el<br />

tiempo había grabado numerosas grietas oscuras. a su izquierda, el viejo cobertizo en que<br />

se celebraban los actos <strong>de</strong> graduación, apenas se sostenía en pie. Muchas <strong>de</strong> las planchas<br />

<strong>de</strong> zinc que lo techaban habían <strong>de</strong>saparecido, y el resto –semi<strong>de</strong>sprendidas y oxidadas–,<br />

parecían sólo sostenerse por milagro. El pequeño jardín que separaba el patio <strong>de</strong>l edificio<br />

<strong>de</strong> las aulas no existía ya, y el terreno <strong>de</strong>dicado a la huerta estaba cubierto totalmente por<br />

la yerba crecida y <strong>de</strong>scuidada.<br />

alberto se sintió profundamente triste <strong>de</strong> repente. Dio dos pasos a su <strong>de</strong>recha y se<br />

<strong>de</strong>jó caer sobre el rústico banco <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que tantas veces vio pasar –huraño y<br />

abstraído– las ruidosas horas <strong>de</strong>l recreo. a su lado, prodigiosamente sostenida aún por el<br />

tosco ma<strong>de</strong>ramen <strong>de</strong> don<strong>de</strong> pendía, la pequeña campana <strong>de</strong> bronce parecía ser la única<br />

sobreviviente <strong>de</strong> tiempos antiguos y perdidos. Cerró los ojos y sintió <strong>de</strong> pronto la extraña<br />

sensación <strong>de</strong> sumergirse en el pasado, como si una fuerza irresistible lo empujara hacia atrás,<br />

vertiginosamente, rumbo a los años lejanos <strong>de</strong> la infancia.<br />

Sin oponer resistencia, se <strong>de</strong>jó arrastrar cada vez más lejos, hasta que el aire se llenó <strong>de</strong><br />

ruidos y el espacio que lo ro<strong>de</strong>aba se pobló <strong>de</strong> niños que corrían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una pelota <strong>de</strong> goma.<br />

Junto a alberto, el profesor “Campana”, con el reloj en una mano y la otra alzada sobre su cabeza<br />

empuñando la cuerda, esperó con paciencia hasta que las agujas ocuparon el lugar indicado<br />

y, en el instante preciso, hizo sonar con fuerza los tres toques que ponían fin al recreo.<br />

Las carreras y los gritos cesaron <strong>de</strong> repente y un silencio total, macizo, se fue extendiendo<br />

como una ola por todo el inmenso patio. La pelota <strong>de</strong> goma, abandonada, cayó al<br />

suelo y rodó lentamente hacia el banco <strong>de</strong> hierro. alberto se levantó, pasó junto a ella sin<br />

prestarle atención y fue a ocupar su lugar en las filas. Los niños se alineaban, juiciosos, en<br />

tres largas hileras perpendiculares al pequeño muro <strong>de</strong> cemento que separaba el jardín <strong>de</strong>l<br />

resto <strong>de</strong>l terreno abierto. El profesor “Campana”, con el silbato en los labios, observó con<br />

ojos agudos, vigilantes, mientras cada uno ocupaba el sitio que le correspondía. un silbido,<br />

y las filas se tornaron rígidas, uniformes. Los hombros se encuadraron militarmente. Las<br />

espaldas, sudorosas, se irguieron y las frentes se alzaron. El profesor revisó la formación<br />

una vez más antes <strong>de</strong> volver a silbar. al unísono, las piernas se levantaron y marcaron el<br />

paso con ruido sordo sobre la tierra. La primera fila <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha inició la marcha hacia el<br />

interior <strong>de</strong>l colegio. La siguió la segunda. Luego la tercera…<br />

alberto se sentaba en el último banco <strong>de</strong> la clase y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento observaba siempre<br />

con igual sensación <strong>de</strong> lástima cómo el profesor “Campana” subía trabajosamente a la<br />

tarima. todo el cansancio y el peso <strong>de</strong>l mundo parecían gravitar sobre aquellas espaldas<br />

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