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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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—Estoy contigo, ¡sigue!<br />

Sebastián se volvió, incrédulo. La mulata estaba allí, también temblorosa, como él. Se<br />

miraron frente a frente y ella le tomó <strong>de</strong> la mano. Caminaron. El grito salvaje no se había<br />

repetido y Sebastián, por la primera vez en su vida, sentía <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> su cuerpo los<br />

temblíos. Le pareció, <strong>de</strong> pronto, que el cerro, aun siendo aterrador, era un poquito menos<br />

esa noche.<br />

—Llévame a la cumbre, negro –invitó ella–, quiero ver la luna <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong>l monte.<br />

Y treparon y treparon… La noche agonizaba en el horizonte cuando Sebastián y la mulata<br />

Mariela, cansados hasta una eternidad, llegaban al más alto promontorio <strong>de</strong>l cerro. Allí,<br />

silenciosos, huérfanos <strong>de</strong> energía, estuvieron los dos un largo rato sin pronunciar palabra.<br />

—¿En qué piensas? –preguntóle ella al fin.<br />

—En nada…, en todo.<br />

—Sebastián, ¿y la sombra <strong>de</strong>l cerro?<br />

—No la vi, Mariela, ¿pero y el grito?<br />

—Estaba en tu cabeza, en la mía. La oyó nuestro miedo.<br />

—Bésame, negro. ¡Dame un beso en la boca!<br />

Ella tuvo que agarrarlo, poniendo sus manos en la espalda dura y <strong>de</strong>snuda, hasta hacer<br />

que los labios se juntaran. Sebastián se estremeció. El beso primero se prolongaba en otros<br />

y los ojos <strong>de</strong> entrambos se cerraban. La mañana comenzaba a explotar en los cielos.<br />

Después <strong>de</strong>scendieron lentamente, <strong>de</strong> vuelta al villorrio, por los trillos dormidos <strong>de</strong><br />

hojarasca, coreados por ruiseñores, y vigilados por las yaguasas y las palomas. La soledad,<br />

en a<strong>de</strong>lante, estaría construida para ellos con un recuerdo; el amor sería, mientras viviesen,<br />

un beso húmedo en la cumbre <strong>de</strong> un cerro sin sombras.<br />

Caminaron entre los primeros ranchos, por una angosta callejuela. Mariela le soltó <strong>de</strong><br />

la mano y antes <strong>de</strong> entrar a su bohío se <strong>de</strong>spidió:<br />

—Hasta luego, Sebastián, mi negro guapo…<br />

El se bamboleó in<strong>de</strong>ciso y prosiguió, ahora riéndose solo, entre el asombro <strong>de</strong> las comadres<br />

y el gorjeo <strong>de</strong> los chiquillos. Luego, a su madre que lo esperaba angustiada, sólo dijo:<br />

—Mamá, mamacita <strong>de</strong>l alma, he subido al cerro. ¡Ya no tengo miedo!<br />

—¿No te lo <strong>de</strong>cía? –replicóle ella, con alborozo.<br />

—Sí, madre, las sombras no matan. El viejo murió trabajando. Los hombres no pue<strong>de</strong>n<br />

ser cobar<strong>de</strong>s…<br />

Han pasado muchos años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Mamá Teresa, mi abuela, me hiciera este cuento.<br />

Como yo era niño, ella nunca me dijo que Mariela besara a Sebastián, pero añadió, como en<br />

todos los cuentos, que el negro y la mulata vivieron felices. Sin embargo a mí, con Greene,<br />

se me ocurre que siempre, don<strong>de</strong>quiera, hay un hombre que llora en una torre, la torre <strong>de</strong><br />

la soledad y <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, hasta que un amor <strong>de</strong> mujer lo libera <strong>de</strong> sus angustias o<br />

<strong>de</strong> la sombra en el cerro, como liberó Mariela a Sebastián.<br />

Los muertos quietos<br />

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

Era una ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> plata en el rielar <strong>de</strong> la luna el cayuco <strong>de</strong> Vale Juan. El bosque se mecía<br />

blandamente con los ábregos y allen<strong>de</strong> las torrenteras, don<strong>de</strong> terminaban los pinares, se<br />

abría el valle <strong>de</strong> la Vega Real como un abanico al que las jumiadoras en los bohíos motearan<br />

<strong>de</strong> lentejuelas. ¡Era la noche gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong>finitiva para Vale Juan!<br />

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