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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

Como su marido lo había sospechado, ella avanzó por el pasillo hasta el cuarto <strong>de</strong> Sim.<br />

Tuvo que luchar con la cerradura porque la puerta estaba cerrada y por allí no se veía bien.<br />

Pero cuando abrió, la ventana <strong>de</strong> la habitación que caía a la calle amplia y llena <strong>de</strong> ruido,<br />

libre <strong>de</strong>l obstáculo <strong>de</strong> las cortinas, <strong>de</strong>jaba penetrar la claridad <strong>de</strong> un farol próximo. Se acerco.<br />

Por esta ventana había visto regresar más <strong>de</strong> una vez a Sim, o algunos años antes lo vio<br />

jugar en la calle con sus compañeros. Levantando el brazo, buscó la bombilla e hizo luz.<br />

Todo se hallaba igual que cuando él se fue. La cama con su colcha <strong>de</strong> raso a franjas blancas<br />

y azules. Los cromos <strong>de</strong> lindas muchachas y el ban<strong>de</strong>rín triangular <strong>de</strong>l equipo náutico <strong>de</strong> su<br />

escuela. En un rincón se recostaban, como si esperaran el término <strong>de</strong> aquellas prolongadas<br />

vacaciones, el bastón <strong>de</strong> esquiar y los puntiagudos esquís. Los libros vueltos <strong>de</strong> lomo en el<br />

pequeño estante, fingían abultarse más para que volviese a tomarlos una mano conocida.<br />

Abrió un cajón <strong>de</strong> la cómoda. Ahí estaban los “pull-overs” <strong>de</strong> bandas caprichosas, las botas<br />

<strong>de</strong> hule con que chapoteaba por los ríos y pantanos en las partidas <strong>de</strong> pesca, los calcetines<br />

y mitones <strong>de</strong> grueso estambre para los <strong>de</strong>portes <strong>de</strong> invierno… Todo se hallaba como él lo<br />

<strong>de</strong>jó la última noche que pasó aquí… Sí, Catharine lo sabía bien. Rupert y ella lo habían<br />

guardado cuidadosamente… Pero esta noche en que iba a ver la ampliación <strong>de</strong> la última<br />

fotografía que Sim se hiciera en Nueva York, sintió como nunca el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> visitar este<br />

cuarto. Aquella misma mañana lo había hecho. Lo efectuaba diariamente. Con frecuencia,<br />

muchas veces al día. Pero se le había ocurrido que, <strong>de</strong> visitarlo ahora, vería mejor el retrato<br />

<strong>de</strong> Sim, como si realmente necesitara revivir sus recuerdos. Y, sin embargo, no había olvidado<br />

la menor cosa… Ni aun era posible olvidar la afición <strong>de</strong> Sim por el pan <strong>de</strong> pasas y la<br />

sopa ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> guisantes… ¡Oh, no!… No era eso… Simón Lowell fue <strong>de</strong>s<strong>de</strong> temprano un<br />

muchacho estoico. Si sus travesuras le proporcionaban un <strong>de</strong>scalabro, lo ocultaba sin una<br />

queja. Ni Catherine ni Rupert tuvieron jamás que sufrir a causa <strong>de</strong> aquel hijo único… El hijo<br />

único. Esto lo medía todo. Actualmente le parecía muy raro que este hijo fuese sólo un hijo<br />

muerto. Muerto, y no un hijo como son y se quieren los hijos, para repasarle la ropa y verle<br />

todas las mañanas tomando el <strong>de</strong>sayuno, con el libro al lado y metiéndose los <strong>de</strong>dos en los<br />

cabellos, o tocarle la puerta <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> baño y advertirle, entre el estrépito <strong>de</strong> la ducha<br />

y la algazara <strong>de</strong> una canción: “¡Eh, Sim, que se te va la hora!”… No; aunque le pareciese<br />

increíble, ni siquiera Rupert y ella, por las noches <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cama, le oirían entrar lo mismo<br />

que antes, diciéndose el uno al otro, como si fuera posible que pudieran tener dudas respecto<br />

<strong>de</strong> quien entraba: “Es Sim”…<br />

Miró el retrato <strong>de</strong> la muchacha que estaba en la mesilla <strong>de</strong> noche. Era Louise. Los gran<strong>de</strong>s<br />

ojos negros sonreían con extraña expresión <strong>de</strong> incertidumbre, y sobre el pecho una letra<br />

cuadrada, esquinándose, había escrito: “Para que no <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> pensar en mí constantemente,<br />

darling”. Catharine se reprochó casi con encono: “Fue una estupi<strong>de</strong>z que no se casaran antes<br />

<strong>de</strong> que él se fuera”… Pero inmediatamente se arrepintió; <strong>de</strong>bía ser justa: Louise era sólo una<br />

muchacha y únicamente hubiera conseguido crearse una serie <strong>de</strong> complicaciones, en tanto<br />

que hoy le quedaría como una pena dulce el recuerdo <strong>de</strong> Sim, y no tardaría en casarse con<br />

otro. Pensó que Louise vendría a ver también, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un momento, la ampliación, pero<br />

“Sim se hallaba muerto”. Muerto: una sola palabra y, no obstante, qué resultados tan enormes.<br />

Des<strong>de</strong> que uno nace empieza a oír por don<strong>de</strong>quiera: la muerte… la muerte. Se dice la muerte,<br />

y todos, con los ojos en blanco, creen que compren<strong>de</strong>n su significación. En la actualidad,<br />

Catharine sí sabía lo que era la muerte. Pero su aturdimiento se renovó. La <strong>de</strong>sconcertaba<br />

aceptar que Louise no tendría en lo a<strong>de</strong>lante para ella el interés que tuvo anteriormente, y<br />

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