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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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le había visto volver a la vida segundos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber rogado pidiendo por ese milagro?<br />

“El Señor atendió a mis ruegos y lo sacó <strong>de</strong> la tumba, don Damián”, diría él.<br />

Súbitamente también la esposa sintió que su cerebro quedaba en blanco. Miraba con<br />

ansiedad el rostro <strong>de</strong> su marido y se volvía hacia la madre. una y otra se hallaban <strong>de</strong>sconcertadas,<br />

mudas, casi aterradas.<br />

Pero el médico sonreía. Se hallaba muy satisfecho, aunque trataba <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarlo ver.<br />

—¡ay, si se ha salvado, gracias a Dios y a usted! –gritó <strong>de</strong> pronto la criada, cargada <strong>de</strong><br />

lágrimas <strong>de</strong> emoción, tomando las manos <strong>de</strong>l médico–. ¡Se ha salvado, está resucitado! ¡ay,<br />

don Damián no va a tener con qué pagarle, señor! –aseguraba.<br />

Y cabalmente, en eso estaba pensando el médico, en que don Damián tenía <strong>de</strong> sobra con<br />

qué pagarle. Pero dijo otra cosa. Dijo:<br />

—aunque no tuviera con qué pagarme lo hubiera hecho, porque era mi <strong>de</strong>ber salvar<br />

para la sociedad un alma tan bella como la suya.<br />

Estaba contestándole a la criada, pero en realidad hablaba para que le oyeran los <strong>de</strong>más;<br />

sobre todo, para que le repitieran esas palabras al enfermo, unos días más tar<strong>de</strong>, cuando<br />

estuviera en condiciones <strong>de</strong> firmar.<br />

Cansada <strong>de</strong> oír tantas mentiras el alma <strong>de</strong> don Damián resolvió dormir. un segundo <strong>de</strong>spués<br />

don Damián se quejó, aunque muy débilmente, y movió la cabeza en la almohada.<br />

—ahora dormirá varias horas –explicó el médico– y nadie <strong>de</strong>be molestarlo.<br />

Diciendo lo cual dio el ejemplo, y salió <strong>de</strong> la habitación en puntillas.<br />

Maravilla<br />

Juan BoSCH | MÁS CuEntoS ESCRItoS En EL EXILIo<br />

La baja <strong>de</strong> la carne –por los días aquellos en que un toro <strong>de</strong> veinticinco arrobas valía<br />

veinticinco pesos– salvó a Maravilla <strong>de</strong>l puñal <strong>de</strong>l matarife, pero no pudo torcer su <strong>de</strong>stino.<br />

El dueño llegó, le dio la vuelta estudiándolo <strong>de</strong>tenidamente, le golpeó las ancas y dijo,<br />

mientras chupaba su cigarro, que era un crimen ven<strong>de</strong>r tan hermoso animal a ese precio;<br />

<strong>de</strong>spués se fue, cambiando opiniones con el viejo uribe, y Maravilla empezó a mordisquear<br />

la grama con su calma habitual. Cuando el viejo uribe volvió se plantó frente a la bestia y<br />

sin quitarle el ojo <strong>de</strong> encima se pasó largo rato con los brazos clavados en la cintura, la boca<br />

cerrada y la cara ensombrecida. allí estuvo uribe con sus piernas torcidas y sus hombros<br />

estrechos hasta que llegó el boyero Eusebio, a quien dijo, con cierta pesadumbre, que había<br />

que abrirle la nariz a Maravilla y que el dueño había dispuesto mandarlo a la loma.<br />

—¡Pal arrastre? –preguntó Eusebio.<br />

—unjú –respondió uribe.<br />

algo murmuró el boyero. uribe se fue sin ponerle mayor caso. Ya había él pensado eso<br />

mismo y estaba <strong>de</strong> acuerdo con lo que dijera Eusebio sobre la belleza <strong>de</strong>l animal y la pena<br />

<strong>de</strong> enviarlo al trabajo. al cabo, ¿no era igual matarlo?<br />

Eusebio salió a la amanecida <strong>de</strong> un lunes, arreando a Maravilla. Eusebio temía que la<br />

gordura le hiciera daño y lo ahogara en la subida <strong>de</strong> la loma. Con su piel rojiza y blanca, sus<br />

cuernos cortos, sus ancas potentes y su hermoso cuello, Maravilla se veía fuerte y po<strong>de</strong>roso.<br />

Su conductor y él iban flanqueando el primer repecho <strong>de</strong> la Cordillera por el lado <strong>de</strong> San José;<br />

abajo, hacia el sur, flotaban manchas <strong>de</strong> humo mecidas por el viento y entre las arboledas<br />

se extendía rápidamente un tono oscuro. Eusebio se <strong>de</strong>tuvo un instante para contemplar la<br />

llanura y pensó que había escogido mal día. “De las doce pa bajo llueve”, se dijo.<br />

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