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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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EMILIo RoDRíGuEZ DEMoRIZI | CuEntoS DE PoLítICa CRIoLLa<br />

Como se notaran barruntos <strong>de</strong> rebelión en la atmósfera, el Gobernador Luna pensó en<br />

el apoyo <strong>de</strong> los más prestigiosos y leales amigos <strong>de</strong> la situación, y quiso para conocer el<br />

pensamiento <strong>de</strong> ellos, celebrar una reunión <strong>de</strong> veteranos <strong>de</strong> las armas, pasando una circular<br />

entre los tenientes <strong>de</strong>l finado Presi<strong>de</strong>nte Cáceres, y muy especialmente entre aquellos que<br />

habían gozado <strong>de</strong> la gran estimación <strong>de</strong>l ya extinto Jefe <strong>de</strong>l Estado.<br />

Nuestro hombre <strong>de</strong> campo, trabajador, político y filósofo, tiene como norma ante los<br />

gran<strong>de</strong>s acontecimientos, optar por una discreción que a más llegar, no pasa <strong>de</strong> una evasiva<br />

inviolable.<br />

Jamás emite una opinión sobre cuestiones que no entienda, y si las entien<strong>de</strong> y quiere<br />

ocultar sus particulares apreciaciones, encontrará con elocuencia y astucia, segura manera<br />

<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la más embarazosa situación.<br />

así es nuestro hombre: malicioso y discreto.<br />

De modo, pues, que cuando el Gobernador Luna vio reunidos en el salón principal <strong>de</strong> la<br />

Gobernación, al más representativo grupo <strong>de</strong> generales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ofrecerles el testimonio<br />

<strong>de</strong> su agra<strong>de</strong>cimiento, y su pesar por el triste motivo que originaba tal requerimiento <strong>de</strong> su<br />

autoridad, confiado en la lealtad <strong>de</strong> aquellos prestantes brazos <strong>de</strong> la buena causa <strong>de</strong> la paz<br />

<strong>de</strong> la República, pasó a lo que integraba el tópico más importante <strong>de</strong> la hora.<br />

—Señores –dijo– el país necesita <strong>de</strong>l mayor <strong>de</strong>sinterés personal en este <strong>de</strong>plorable<br />

instante <strong>de</strong> la historia nacional. Cada uno <strong>de</strong> nosotros está en el <strong>de</strong>ber, por sobre todas las<br />

cosas, <strong>de</strong> ver la necesidad <strong>de</strong> una franca armonía entre todos los dominicanos. La anarquía<br />

sería la muerte <strong>de</strong> las instituciones. De modo, que <strong>de</strong>bemos ponernos <strong>de</strong> acuerdo sobre esta<br />

especialísima cuestión: ¿Quién <strong>de</strong>be ocupar la Presi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la República? Y acerca <strong>de</strong> esto,<br />

es que quiero oír la más franca y sincera opinión <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s.<br />

—En la Capital –continuó– han surgido los nombres <strong>de</strong> don Eladio Victoria, <strong>de</strong> don Fe<strong>de</strong>rico<br />

Velázquez Hernán<strong>de</strong>z, <strong>de</strong>l general Horacio Vásquez y <strong>de</strong> Juan Isidro Jimenes. ¿Cuál<br />

<strong>de</strong> éstos hombres les parece a uste<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>bemos sustentar?<br />

un silencio <strong>de</strong> piedra tapió las veinte bocas <strong>de</strong> los veinte generales allí presentes.<br />

Gollito Polanco, gruñó, se rascó la barba, y se puso a cazar una mosca que parecía revolotearle<br />

encima <strong>de</strong> la nariz.<br />

unos miraron hacia el patio; otros se enjugaron el copioso sudor; los más, bostezaron.<br />

El Gobernador Luna aguardaba impaciente, pero al notar que el viejo Juan anico le<br />

tocaba con el codo al ladino niño Camilo, se dirigió a este último:<br />

—Vamos a ver, general Camilo, cuál es su parecer, usted que es hombre <strong>de</strong> experiencia<br />

en estas cosas?<br />

El general Camilo, con un <strong>de</strong>spejo admirable, se puso <strong>de</strong> pie, abrió los brazos, cerró los<br />

ojos, y dijo:<br />

—Señores, yo estoy doimío y con los brazos abieitos, el que me caiga en ellos; le daré<br />

un abrazo…<br />

JAFET D. HERNÁNDEZ<br />

nació en Santiago en 1882 y murió en Santo Domingo el 24 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1950.<br />

Aunque figuró más como abogado que como escritor, con alguna frecuencia llegaba al campo <strong>de</strong> las<br />

letras, <strong>de</strong>dicándose a los estudios sociológicos, a la gramática castellana, a la narración, algunas <strong>de</strong><br />

ellas leídas por él en actos culturales.<br />

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