03.04.2013 Views

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

mi pandilla! ¡Dejar a Ñico y sus cuentos! ¡Y lloré sobre mi almohada!, lloré con <strong>de</strong>sconsuelo<br />

al compren<strong>de</strong>r que se terminaban los veinte días más felices <strong>de</strong> mi vida.<br />

Por la mañana nos <strong>de</strong>spertaron muy tempranito, mamá Teresa nos acicaló con cuidado<br />

y nos atiborró <strong>de</strong> dulces y golosinas; mi tío Miguel Ángel hasta me regaló un frasquito,<br />

lleno <strong>de</strong> un líquido ver<strong>de</strong>, que siempre ambicioné poseer. Mas nada <strong>de</strong> eso me consolaba.<br />

Cuando llegó el supremo momento <strong>de</strong> la <strong>de</strong>spedida, se me aguaron los ojos y busqué en mi<br />

<strong>de</strong>rredor… ¿Dón<strong>de</strong> estaba el negro Ñico? ¡Ah! Al arrancar el auto con mi madre, mi hermana<br />

y yo, el viejo negro, jinete en su arisco Colasín, apareció a la vuelta <strong>de</strong> una esquina, alzó su<br />

mano diestra en un saludo rítmico y gritó:<br />

—¡Adiós, mi comandante, adiós…!<br />

Han pasado muchos años. Yo nunca volví a ver a Ñico ni a escuchar sus sabrosas historietas.<br />

Cuando la vida me enseñó lo que es verdad y es mentira, hubo en mí cierta rebeldía<br />

al pensar en Ñico. ¿Ñico embustero? ¡No! Ese negro bueno, ese negro <strong>de</strong> gran imaginación,<br />

no fue nunca un embustero. Aunque mi tío Miguel Ángel o mi hermana Ivonne ni siquiera lo<br />

recuer<strong>de</strong>n, yo sé que el negro Ñico está en el cielo, esperándome impaciente con nuevas historias<br />

y quizás… –¿por qué no?– dispuesto a saludarme, a mi llegada, con un estentóreo:<br />

—¡Salve, mi comandante José Mariano, salve…!<br />

El feo<br />

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

El mayor enemigo <strong>de</strong> Cándido era el espejo. Nunca quiso, compasivamente, cambiar<br />

su nariz <strong>de</strong> albóndiga, sus cejas tupidas como bigotes, su mentón prognático, sus<br />

ojos tan pequeños que costaba trabajo encontrarlos en la cara repelente. Pero el espejo<br />

también había sido, en la vida <strong>de</strong> Cándido, un enemigo silencioso, con quien se podía<br />

conversar <strong>de</strong> todos los temores y las ansieda<strong>de</strong>s, a quien se podía hacer confi<strong>de</strong>ncias, el<br />

único que jamás respondió con evasivas o estalló en carcajadas ante su grotesca cara <strong>de</strong><br />

payaso. Y el espejo, para Cándido, fue el único leal compañero en los años <strong>de</strong> soledad<br />

y <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />

Cándido era viejo ya. Sus memorias, pocas y estrechas, podían guardarse en un solo<br />

bolsillo <strong>de</strong>l corazón. Su miedo, tu timi<strong>de</strong>z, sus vacilaciones, habían llegado a los cincuenta<br />

años como cachorros cansados <strong>de</strong> jugar a solas. Y su ansia <strong>de</strong> amar seguía en Cándido como<br />

un animal enjaulado, ansioso <strong>de</strong> salir a la luz <strong>de</strong>l sol.<br />

Porque Cándido no conocía el amor. Tenía leídos muchos libros y registrados muchos<br />

suspiros, recordaba noches <strong>de</strong> insomnio y mañanas vacías, mañanas sin besos y sin palabras<br />

<strong>de</strong> mujer, pero el amor siempre estuvo en la mesa <strong>de</strong> al lado, siempre pasó por la acera <strong>de</strong><br />

enfrente, o se sentó en la butaca <strong>de</strong> atrás, o se entró en la puerta <strong>de</strong> la casa que no era la<br />

suya.<br />

Por eso la vida <strong>de</strong> Cándido no era una vida digna <strong>de</strong> contarse y él no se atrevió jamás a<br />

compararla con otras vidas que pasaron a su lado. Era la suya una vida pequeña y apagada,<br />

una vida casi dolorosa, casi <strong>de</strong>sesperada. La recibió <strong>de</strong>l vientre <strong>de</strong> su madre y cuando ella lo<br />

<strong>de</strong>jó huérfano, Cándido quiso encontrar en su padre aquello que no podía <strong>de</strong>finir, aquello<br />

que no se reía <strong>de</strong> su nariz ni <strong>de</strong> su cara, aquello que abría los brazos o bajaba hasta su frente<br />

y suspiraba, aquello que <strong>de</strong>bía ser la bondad. Pero su padre huyó <strong>de</strong> él avergonzado. Como<br />

era hombre, consi<strong>de</strong>ró a Cándido un engaño o un castigo, nunca como a un hijo. Y Cándido<br />

vivió solo, únicamente acompañado por su fealdad.<br />

244

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!