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TOMO 2 Cuentos CPD p1-362.internet.indd - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

Un taxi se <strong>de</strong>tuvo en la esquina y <strong>de</strong> él <strong>de</strong>scendió una mujer. Era una mujer apresurada<br />

y una mujer nerviosa y tenía, a<strong>de</strong>más, la ecuación <strong>de</strong>l miedo en los ojos azules. Si aquella<br />

mujer no hubiera sido la amiga <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong> la ventana, su figura se hubiese quedado<br />

tranquilamente en la calle o su taconeo, que ya avanzaba hacia el zaguán, hubiera seguido<br />

en la sombra, hasta per<strong>de</strong>rse a la vuelta <strong>de</strong> la esquina.<br />

La mujer apresurada se entró por la puerta y tomó el ascensor. Alguien escuchaba, <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> una pared, un disco gastado <strong>de</strong> Bach. Y alguien más, en otro lugar <strong>de</strong> la casa, se reía con<br />

una risa galopante, como el tableteo <strong>de</strong> una ametralladora.<br />

Al cuarto llegó primero su perfume, que el hombre agarró en la nariz y lo guardó en<br />

el pecho. En seguida estuvo su cuerpo, un cuerpo mordido <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos y tembloroso, con el<br />

temblor <strong>de</strong> una tierra movediza.<br />

—¡Amado mío!<br />

—¡Idolatrada!<br />

Los amantes no eran originales y cambiaron en un abrazo su ausencia <strong>de</strong> palabras.<br />

El gato permanecía en el alero. El gato presentía que su enemigo el perro no estaba muy<br />

lejos y todo lo relativo al perro tenía suma gravedad. Los amantes se asomaron a la<br />

ventana, tomados <strong>de</strong> las manos. Era una situación a la que el gato estaba absolutamente<br />

acostumbrado.<br />

La música <strong>de</strong> Bach era ahora música <strong>de</strong> Beethoven y la risa <strong>de</strong> ametralladora fue una<br />

blasfemia incontenible que trepidó en el alero don<strong>de</strong> se acurrucaba el gato. La ciudad<br />

comenzaba a apagarse, con bastante sueño. El humo pardo y vacío se tornaba negro,<br />

pero eso era porque la ciudad perdía sus luces y no porque el humo hubiese <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

ser pardo.<br />

Los amantes <strong>de</strong>cidieron besarse. Comenzaron con un beso tímido que se <strong>de</strong>sfloró a flor<br />

<strong>de</strong> labios, un beso tranquilo como el agua <strong>de</strong> los estanques <strong>de</strong>l bosque. La mujer no gustó <strong>de</strong>l<br />

beso tranquilo y se sonrió. El hombre comprendió aquella sonrisa y cambió el beso tranquilo<br />

por un beso fuerte y húmedo.<br />

Duró mucho aquel beso, tanto que los amantes tuvieron tiempo <strong>de</strong> pensar y aun <strong>de</strong><br />

recordar. Los pensamientos fueron bastante comunes, los recuerdos bastante cursis, pero<br />

los amantes no conocían nada mejor. El hombre estuvo convencido <strong>de</strong> que al fin lograría la<br />

posesión <strong>de</strong> aquella mujer hermosísima. La mujer achacó a curiosidad el encontrarse allí y<br />

en aquella situación <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprendimiento. Era suficiente.<br />

Cuando se conocieron, en una fiesta olvidada ya, el hombre tuvo para ella frases galantes<br />

que producían cosquillas. Ella había mirado a su esposo y el esposo conversaba con<br />

otra mujer, muchísimo menos elegante que ella. Por eso la mujer había <strong>de</strong>cidido escuchar<br />

las frases galantes.<br />

Días <strong>de</strong>spués se encontraron a la salida <strong>de</strong> un cinema. Tomaron té en un salón muy<br />

chic y allí él repitió las frases galantes, mientras tomaba una y otra vez sus manos, que se<br />

resistían. Prefirió no <strong>de</strong>cir nada al esposo, porque no hubiese comprendido que tomar las<br />

manos no es cosa importante.<br />

Continuaron los encuentros y el hombre arreciaba las palabras y hasta llegó a pronunciarlas<br />

muy quedamente, como gotas <strong>de</strong> agua en la misma orilla <strong>de</strong> sus oídos atentos. Eran<br />

palabras, indudablemente, que ella no había escuchado en los labios <strong>de</strong> su marido. A pesar<br />

<strong>de</strong> que ella se sentía gozosa como una gatita cuando, en las noches, su marido la besaba con<br />

rabia y la hacía dormir agotada.<br />

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