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Guillermo y Clotilde habían dejado de entenderse y, como dos enemigos que se<br />
hallan siempre en acecho, bastaba una palabra indiscreta, una mirada distraída para<br />
ahondar el funesto abismo que separaba sus dos corazones, nacidos sin embargo para<br />
confundirse en uno solo.<br />
No había mediado entre ellos explicación ninguna; tampoco la habían buscado.<br />
Guillermo amaba y respetaba demasiado a su mujer para resolverse a dirigirle un<br />
reproche; Clotilde se creía demasiado agraviada para humillarse a formular una queja.<br />
Y así estaban hacía más de un mes, tristes, sombríos, recelosos, esquivando la<br />
ocasión de hablarse o de estar juntos, llenando con su conducta de malestar y de angustia<br />
a todos los demás habitantes de la casa.<br />
<strong>El</strong> abuelo gemía cuando veía estrellarse todos sus esfuerzos por conducirlos a una<br />
reconciliación, los niños se preguntaban el uno al otro, y preguntaban a Juana con<br />
infantil sorpresa:<br />
-¿Qué tiene papá que llora cuando nos mira?, ¿qué tiene mamá, que huye de nosotros<br />
y ya no nos acaricia como antes?<br />
Juana sellaba sus labios con un beso y respondía:<br />
-Papá y mamá tienen disgustos por el pleito que sostienen, y les hace temer por<br />
vuestro porvenir. Redoblad para con ellos vuestras atenciones y cariño, que así se<br />
disipará su justísima tristeza.<br />
La última mirada que Miguel había dirigido a Clotilde era una ardiente protesta de<br />
amor. Miguel no amaba a Clotilde en la verdadera acepción de la palabra; pero aquella<br />
aventura, que casi no había buscado, halagaba vivamente su amor propio y satisfacía su<br />
imaginación de artista, apasionada de lo misterioso y lo imprevisto.<br />
-¡Cómo César, llegué, vi y vencí!, pensaba lleno de fatuidad. ¿Qué dirán mis amigos<br />
cuando les cuente esta aventura? Está visto que la virtud de los campos corre pareja con<br />
la de las ciudades. ¡Miserable humanidad, qué poco vales! Lo que siento es no haberme<br />
apoderado de algún trofeo que atestigüe a los ojos de mis compañeros la asombrosa<br />
rapidez de mi conquista... Una carta.... un retrato... <strong>El</strong> retrato yo lo puedo hacer, que<br />
están sus facciones muy grabadas en mi imaginación y creo que sabría trazarlas con<br />
mano tan rápida y segura como ha sido rápido mi triunfo.<br />
Si el imbécil del marido no nos hubiese arrojado de ese modo, a la calle... Pero sin<br />
lucha no hay victoria: esto prueba que soy temible y mi aventura ha hecho ruido.