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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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65<br />

Tenía tal arte de multiplicarse que, llenando todos aquellos nuevos deberes, no<br />

descuidaba un punto los antiguos. Cuidaba del anciano y de los niños como antes, y<br />

procuraba que a Guillermo nunca le faltara nada de lo que fuese de su agrado.<br />

Por las noches sobre todo, mientras se divertían en los salones, ella se retiraba al<br />

aposento del anciano, y allí le divertía leyéndole algún libro piadoso o relatándole los<br />

sucesos del día.<br />

A Miguel le veía muy rara vez y siempre de pasada.<br />

¿Era malo Miguel?, ¿era olvidadizo?<br />

Nada de esto. Había ido a Madrid y no había pensado ni un solo instante en romper<br />

los sagrados lazos que le unían a Juana, considerándola como a su mujer, y sin que se le<br />

ocurriese que otra pudiese reemplazarla en su corazón y en su casa.¿Pero cuándo<br />

realizaría su unión? En esto sí que no había pensado nunca. Tal vez dentro de un año, tal<br />

vez dentro de diez, en cuanto se pudiera, sin que hiciera ningún esfuerzo para poder<br />

cuanto antes.<br />

Dios lo había dotado efectivamente con la llama esplendorosa del genio. Pero el bien<br />

y el mal, el porvenir de la vida, dependen casi siempre de circunstancias leves y al<br />

parecer sin trascendencia.<br />

La amistad de un lacayo había decidido de su suerte y del porvenir de su alma.<br />

Miguel, recién llegado a Madrid, lleno de fe y de entusiasmo por su noble arte,<br />

pasaba el día en el Museo estudiando las obras de escultura de los grandes maestros, y<br />

las noches en su buhardilla forjando estatuitas de barro, con las que se ganaba su<br />

sustento. Su alma entonces era buena, su imaginación era virgen, y se remontaba<br />

fácilmente a las regiones etéreas donde mora el arte. Iba a misa los domingos, rezaba por<br />

sus padres y por Juana, a quien pensaba algún día ofrecer una modesta casita en donde<br />

pudiesen vivir corazón con corazón y teniendo un solo pensamiento. Si veía llorar a<br />

alguno, se conmovía y procuraba consolarle; si un mendigo le pedía una limosna, partía<br />

con él el pedazo de pan que iba a llevar a sus labios. Tenía muy presentes las máximas<br />

evangélicas de don Eustaquio, y procuraba ajustar su conducta a aquellas santas<br />

máximas.<br />

Si tenía privaciones, tenía también inefables compensaciones en sus sueños de gloria.<br />

-¡Siento abrasada mi mente por una llama inextinguible, decía, y sólo me falta darle<br />

aplicación por medio del estudio! ¿Por qué no he de llegar a ser un Alonso Cano?

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