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Tenía tal arte de multiplicarse que, llenando todos aquellos nuevos deberes, no<br />
descuidaba un punto los antiguos. Cuidaba del anciano y de los niños como antes, y<br />
procuraba que a Guillermo nunca le faltara nada de lo que fuese de su agrado.<br />
Por las noches sobre todo, mientras se divertían en los salones, ella se retiraba al<br />
aposento del anciano, y allí le divertía leyéndole algún libro piadoso o relatándole los<br />
sucesos del día.<br />
A Miguel le veía muy rara vez y siempre de pasada.<br />
¿Era malo Miguel?, ¿era olvidadizo?<br />
Nada de esto. Había ido a Madrid y no había pensado ni un solo instante en romper<br />
los sagrados lazos que le unían a Juana, considerándola como a su mujer, y sin que se le<br />
ocurriese que otra pudiese reemplazarla en su corazón y en su casa.¿Pero cuándo<br />
realizaría su unión? En esto sí que no había pensado nunca. Tal vez dentro de un año, tal<br />
vez dentro de diez, en cuanto se pudiera, sin que hiciera ningún esfuerzo para poder<br />
cuanto antes.<br />
Dios lo había dotado efectivamente con la llama esplendorosa del genio. Pero el bien<br />
y el mal, el porvenir de la vida, dependen casi siempre de circunstancias leves y al<br />
parecer sin trascendencia.<br />
La amistad de un lacayo había decidido de su suerte y del porvenir de su alma.<br />
Miguel, recién llegado a Madrid, lleno de fe y de entusiasmo por su noble arte,<br />
pasaba el día en el Museo estudiando las obras de escultura de los grandes maestros, y<br />
las noches en su buhardilla forjando estatuitas de barro, con las que se ganaba su<br />
sustento. Su alma entonces era buena, su imaginación era virgen, y se remontaba<br />
fácilmente a las regiones etéreas donde mora el arte. Iba a misa los domingos, rezaba por<br />
sus padres y por Juana, a quien pensaba algún día ofrecer una modesta casita en donde<br />
pudiesen vivir corazón con corazón y teniendo un solo pensamiento. Si veía llorar a<br />
alguno, se conmovía y procuraba consolarle; si un mendigo le pedía una limosna, partía<br />
con él el pedazo de pan que iba a llevar a sus labios. Tenía muy presentes las máximas<br />
evangélicas de don Eustaquio, y procuraba ajustar su conducta a aquellas santas<br />
máximas.<br />
Si tenía privaciones, tenía también inefables compensaciones en sus sueños de gloria.<br />
-¡Siento abrasada mi mente por una llama inextinguible, decía, y sólo me falta darle<br />
aplicación por medio del estudio! ¿Por qué no he de llegar a ser un Alonso Cano?