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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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122<br />

Clotilde, en los días que se siguieron al de su feliz regeneración, se entregó de lleno a<br />

los puros goces de la familia y a los encantos del amor que la demostraba con<br />

apasionado entusiasmo su marido.<br />

Una tarde se hallaba sentada haciendo labor junto al balcón de su cuarto. Por la<br />

escalerilla cubierta de follaje iba a visitarla todas las tardes Guillermo, cuando volvía del<br />

campo o de la fábrica, prefiriendo aquel camino poético al del corredor que daba vuelta a<br />

la casa. Era la hora de que volviese.<br />

Como la cándida virgen que espera con el corazón palpitante al dulce elegido de su<br />

alma, esperaba Clotilde, llena de ansiosa emoción, al padre de sus hijos, de quien a pesar<br />

suyo la habían separado por tanto tiempo los delirios de su fantasía.<br />

La labor descansaba sobre su falda, y sus ojos estaban fijos en el jardín,<br />

estremeciéndose cada vez que el viento agitaba las ramas o los pájaros aleteaban sobre el<br />

follaje.<br />

<strong>El</strong> invierno se adelantaba con pasos agigantados: el cielo, en vez de su puro azul,<br />

ostentaba un color ceniciento y sombrío, los árboles habían perdido sus hojas, el césped<br />

su verdor, su blando rumor la brisa. Si quedaban algunas aves que no hubiesen emigrado<br />

a más benigno clima, en vez de trinos armoniosos, daban al aire notas melancólicas, que<br />

parecían gemidos lastimeros. No obstante, Clotilde hallaba indefinibles encantos en el<br />

paisaje que se ofrecía a sus ojos.<br />

Le parecía que el cielo y la tierra estaban vestidos de fiesta, porque estaba vestido de<br />

fiesta su corazón.<br />

<strong>De</strong> repente oyó sonar detrás de sí un ruido de pasos acompasados, volvióse, y con<br />

indecible asombro, vio dibujarse en la penumbra del aposento, la extraña y escuálida<br />

figura de don Lupercio.<br />

Levantóse rápidamente y le dijo:<br />

-Guillermo no ha vuelto aún.<br />

-¡Eh! ¡eh!, dijo el hombrecillo adelantándose, porque sé que no ha vuelto, he subido a<br />

ver a usted.<br />

Clotilde le respondió con una exclamación que no se sabía si era de disgusto o<br />

bienvenida, y le ofreció una silla.

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