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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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196<br />

Esta exclamación despertó de nuevo al dolor embargado por el pasmo, y todos<br />

prorrumpieron en gemidos y lamentos.<br />

-¡Es mucho más joven que yo!, exclamó una viejecilla decrépita, ¿quién me había de<br />

decir a mí que ella me enseñaría el camino?<br />

-Cuántos parece que se van a morir y luego recobran la salud, dijo una joven con la<br />

esperanza ilimitada que es patrimonio de los pocos años.<br />

-¡Sí, sí, saltó Antonia, quién sabe! ¡Dios puede hacer un milagro en favor de nuestra<br />

madre!<br />

Luego, encarándose con Clotilde, repuso:<br />

-Le había a usted encargado una visita para ella, pero lo que antes era un favor que le<br />

hacía, ahora es un favor que le pido. Vaya usted así que llegue a Ávila, y llévela usted<br />

esta reliquia. Es una astilla de la cruz bendita, y mis abuelos la trajeron de Jerusalén.<br />

Dicen que el mismo Jesús baja a consolar y a acompañar a los agonizantes que llevan al<br />

cuello esta reliquia... ¡La han llevado mis padres! ¡Es el único tesoro que poseo!... ¡Oh,<br />

llévesela usted, llévesela usted a mi amada bienhechora!<br />

Tomó Clotilde la reliquia, prometió a Antonia cuanto quiso, y Jaime, con el rostro<br />

demudado, arreó a las mulas, ansioso ya de salir del pueblo, y facilitar el cumplimiento<br />

de los deseos de su amada.<br />

La galera marchaba a buen paso y antes del mediodía se detuvo en la cúspide de una<br />

montaña. Allí había un ventorro, en donde solían tomar pienso las mulas y Jaime<br />

refrescar con algunos tragos de vino.<br />

Con el movimiento y el aire puro y embalsamado de los campos, Clotilde sintió que se<br />

había despertado su apetito, y sacando la merienda debida a la solicitud de Antonia,<br />

convidó a Jaime y a su madre a que participasen de ella.<br />

No iba tampoco desprevenida la anciana, y así, juntando ambas meriendas, comieron<br />

y bebieron, y dando locuacidad a sus lenguas el espumoso licor, Jaime y su madre<br />

hablaron de mil cosas, y refirieron todas las particularidades de su inocente vida.<br />

-Usted no sabe lo que es este hijo, dijo la anciana a Clotilde, en un momento en que<br />

Jaime bajó a cuidar de las mulas, ¡qué respeto, qué obediencia, qué cariño el suyo, a<br />

pesar de que es ya un hombre de cerca treinta y tres años! Para nosotros son todos sus<br />

ahorros, nos cuida si estamos enfermos, nos consuela si estamos tristes; ¡se puede decir<br />

que vive de nuestra vida!

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