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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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64<br />

No pocas voluntades se había enajenado con estas claridades; pero a ella se le<br />

importaba un ardite, no teniendo en nada los sentimientos del alma.<br />

Lo mismo sucedía con respecto a su famosa herencia, prometida sucesivamente a<br />

veinte herederos distintos, atrayéndolos con esta esperanza y convirtiéndolos en esclavos<br />

de sus caprichos, para despedirlos después como lacayos, cuando se cansaba de ellos.<br />

Habíase con este manjeo concitado su odio; pero tampoco le importaba.<br />

En último resultado, siempre hallaba criados que la sirviesen, y la sirviesen bien,<br />

seducidos igualmente con la promesa de mandas y legados fabulosos. Poco la costaba<br />

prometer, supuesto que no pensaba en cumplir sus promesas, al menor descuido los<br />

echaba a la calle sin consideración de ninguna clase.<br />

Tanto entre los criados como entre sus herederos había hallado algunos de recto<br />

corazón, que le habían consagrado su afecto; pero ella los juzgaba a todos por su propio<br />

prisma, los medía a todos por su propio nivel, y en su consecuencia les daba a todos un<br />

idéntico pago.<br />

Tenía dinero: no creía en Dios, ni en la enfermedad, ni en la muerte; obraba según su<br />

capricho, y con tal de no hallar limitación a sus caprichos, todo lo demás la era<br />

indiferente.<br />

Un mes hacía ya que estaba en Orduña y, durante aquel mes, la casa tranquila y<br />

silenciosa de Guillermo se había convertido en un verdadero pandemónium, atestada<br />

siempre de visitas encopetadas, con gran descontento del anciano ciego que no salía de<br />

su cuarto, y también de Guillermo, aunque éste, que adoraba a su mujer y gozaba con<br />

verla feliz, lo llevaba todo con paciencia. A las comidas de etiqueta, sucedían los bailes<br />

de etiqueta, y nunca las severas paredes de aquella casa habían repetido tantos ecos<br />

armoniosos ni más alegres carcajadas.<br />

La dirección de todo aquello corría a cargo de Juana que, aunque educada tan lejos de<br />

la sociedad, tenía un gusto exquisito para preparar una mesa suntuosa y un tacto<br />

admirable para prevenir los gustos de cada uno. Bastábale una ligera indicación, para<br />

adornar con esplendidez los salones y convertir el jardín en un jardín encantado, lleno de<br />

caprichosos arcos de musgo y farolillos de colores.<br />

Pero como una verdadera hada benéfica y misteriosa, siempre permanecía en el<br />

último término del cuadro y hacía de modo que nadie reparase en ella.

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