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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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187<br />

daban de comer y me enseñaban a ser una mujercita de provecho. Me miraban con igual<br />

amor los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres.<br />

¡Allá va la huérfana!, exclamaban al verme pasar, y las mujeres corrían a mi<br />

encuentro, y me abrazaban, y me besaban, y me festejaban más que a sus propias hijas.<br />

Pues, señor, cuando ya fui crecidita, iba a coser aquí y a lavar allá, o a ayudar a hacer el<br />

pan; ¡a mí nunca me faltó en qué ocuparme! ¡Primero la huerfanita, decían, que no tiene<br />

amparo de nadie! Pero llegué a ser moza, y ¿en quién dirá usted que fui a fijarme?<br />

¡Pues!, en un muchacho que volvía de presidio. Le habían echado allá por haber<br />

herido en una disputa a un compañero suyo, que por fortuna no había muerto: era<br />

borracho, jugador, holgazán... Tampoco hubiera podido trabajar, porque en cualquier<br />

parte que se presentase a pedir ocupación, decían: ¡quita allá, que es un licenciado de<br />

presidio!<br />

Diome en dar pena su triste estado, y formé la resolución de casarme con él.<br />

La buena mujer hace el buen marido, respondía a cuantos querían quitarme de la<br />

cabeza aquel proyecto. ¡Yo estoy segura de que con paciencia le volveré como un<br />

calcetín, y le obligaré a ser muy otro de lo que es!¿Qué va a ser de él si todo el mundo se<br />

encoge de hombros y le deja seguir en su mal camino?<br />

¡Me casé! Al principio ¡qué de palizas tuve que recibir! ¡Cuánto tuve que llorar!<br />

Gastaba lo que yo ganaba con tanto afán, en el juego y la taberna, y luego, conociendo<br />

que había hecho mal, en vez de pedirme perdón, me maltrataba. Pero yo iba derecha a<br />

mi fin poquito a poco, unas veces con lágrimas, otras veces con risas, unas veces con<br />

consejos, otras veces con amenazas de separarme de él, le fui volviendo, volviendo, y<br />

tanto le he vuelto, y tan bueno es, y tan juicioso, que le han nombrado guardabosque, y<br />

todo el mundo le aprecia y le respeta.<br />

Clotilde escuchaba este relato con las mejillas encendidas de vergüenza.<br />

¡Ah, ella tenía un marido honrado, noble, generoso, que la había rodeado de lujo, que<br />

la había adorado de rodillas, y se había creído desgraciada!<br />

-¡Tenerlo todo y perderlo todo por mi culpa!, pensó con desconsuelo. ¡Oh, qué<br />

criatura tan abyecta y miserable he sido!<br />

-Ahora vivimos como dos ángeles, prosiguió la mujer, mi Juan no piensa más que en<br />

su Agustina y en sus hijitos. La bendición de Dios ha descendido sobre nuestra choza.

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