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-¡Aquí estoy!,dijo apresuradamente Antonia. <strong>De</strong>je usted que encienda la luz, y la<br />
curaré al instante.<br />
-¡Tus instantes son años! ¡No he visto a nadie tan pesado y desmañado como tú!<br />
¡Cuando yo era joven daba cien vueltas a la casa en un minuto! ¡Ya se ve cómo lo haces<br />
de mala gana! Como yo soy vieja y no sirvo más que para el muladar, dirás tú, cuanto<br />
antes se la lleve el diablo será mucho mejor...<br />
No respondió nada Antonia, que acababa de encender la luz, aunque Clotilde vio que<br />
tenía las mejillas encendidas y los ojos arrasados de lágrimas, y fue a curarle la llaga de<br />
la pierna, que era muy grande y despedía un hedor insoportable.<br />
Prosiguió la vieja en su letanía durante la penosa cura, acordándose más bien de los<br />
diablos que de los santos, y llenando a Antonia de improperios, hasta el extremo de<br />
amenazarla con los puños cerrados, impulsada por sus agudos sufrimientos y su<br />
diabólico humor.<br />
Acudió Clotilde indignada, pero Antonia, apartándola suavemente, puso un dedo en<br />
sus labios para imponerle silencio.<br />
Una hora tardó en curar a la desapacible enferma, darle el caldo y arreglarle la cama<br />
para que pudiese estar con la mayor comodidad posible.<br />
Clotilde durante aquel tiempo, sentada en un rincón, se entregaba a profundas<br />
reflexiones.<br />
-He aquí una mujer, se decía a sí misma, que gasta su juventud en cuidar a esa<br />
anciana, que en pago de su cariño la insulta y la maltrata. No es su madre, no le une a<br />
ella ningún lazo más que el de una gratitud hereditaria. Podría contentarse con<br />
socorrerla, y el mundo alabaría su buen comportamiento. ¿Quién la impulsa a llevar a<br />
cabo tamaño sacrificio? ¿Quién le da fuerza para soportar esta lucha cotidiana? ¿Qué<br />
interés le mueve?¿Qué espera en premio de tantos sufricimientos? ¡Nada!<br />
¡Ah que la caridad, la abnegación y la virtud, no son plantas exóticas en este mundo,<br />
como piensan algunos: las hace florecer en nuestro corazón el que, formándonos a<br />
semejanza suya, nos ha transmitido sus divinos atributos! ¡Ah, que tenía razón mi madre,<br />
y el hombre, como la naturaleza, es un compuesto de luz y sombra: si débil sucumbe a<br />
veces a sus pasiones y se arrastra por el cieno, otras, levantado por su espíritu inmortal,<br />
se lanza hacia el espacio, cerniéndose triunfante sobre las estrellas! ¡La perfección<br />
completa, así como la calma completa, están más allá de la tumba!... Pero injuria a la<br />
humanidad quien niega sus virtudes: esas virtudes heroicas y maravillosas que la elevan<br />
sobre todo lo creado, y la hacen brillar como un reflejo de Dios sobre la tierra. Juan, que