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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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152<br />

Carecía de la facilidad expeditiva que poseen ciertas mujeres avezadas a la falsedad y<br />

a las intrigas. No veía más medio que salir del angustioso conflicto, que confesar la<br />

verdad; pero no tenía valor para hacer la terrible confesión que debía arrebatarla la<br />

estimación de Guillermo y la paz de su vida íntima.<br />

Y entretanto Guillermo estaba preocupado, Juana llorosa, y el abuelo y los niños no<br />

cesaban de preguntar a ambos la causa de su oculta pena, de su extraño disgusto.<br />

Clotilde se acostaba todas las noches con el firme propósito de revelar su culpa a la<br />

mañana siguiente, y por la mañana carecía de valor para llevarlo a cabo.<br />

Dos o tres veces fue a buscar a su marido a su cuarto, y en vez de la confesión que iba<br />

resuelta a hacer, sólo pudo prorrumpir en tales sollozos y tales lágrimas, que alarmando<br />

seriamente a Guillermo, éste la colmó de apasionadas caricias, poniendo con sus caricias<br />

un candado a los labios de la infeliz, que ya no osaron entreabrirse para arrancarle sus<br />

tiernas y bellas ilusiones.<br />

Una tarde hallábase toda la familia reunida, como de costumbre, en el comedor.<br />

Juana cosía silenciosamente al lado de la ventana que daba al jardín, los niños<br />

jugaban en un rincón con un amiguito suyo, llamado Teodoro, hijo de un acomodado<br />

labrador de la vecindad, Guillermo y su padre hablaban de los trabajos de la fábrica, del<br />

vino nuevo, del próximo abono de las tierras.<br />

Clotilde estaba más triste, más agitada que nunca, sin atreverse a mirar a Juana, sin<br />

atreverse a hablar, porque le asustaba hasta el sonido de su voz. Un vago presentimiento<br />

oprimía su corazón y la parecía que le faltaba aire para respirar libremente.<br />

<strong>De</strong> pronto entró un criado y anunció la visita de doña Segismunda.<br />

Tan de cerca seguía doña Segismunda al criado, que Clotilde no tuvo tiempo para<br />

decir que pasase al salón.<br />

Al ver que asomaba ya por el dintel de la puerta se levantó rápidamente, y le acercó<br />

una silla al fuego, excusándose por recibirla en aquel sitio.<br />

Doña Segismunda venía de luto riguroso, pero aunque venía de luto, su rostro<br />

expresaba una feroz alegría, y sus ojos saltones brillaban con un fulgor inusitado.<br />

Durante los primeros cumplidos movía mucho sus manos, cubiertas de guantes<br />

negros, y agitaba su manto de duelo, como si quisiese llamar la atención hacia su atavío.

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