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Pero más rápido que el pensamiento, corrió Guillermo a la puerta, extendió el brazo<br />
sobre ella, y gritó con voz imperiosa:<br />
-¡No: vuelva usted a su cuarto!<br />
Clotilde quedó estupefacta: ¡era ella quien debía reconvenir y la reconvenían!, ¡era<br />
ella quien debía castigar y era castigada!<br />
Llena de despecho y turbación arrojó sobre su marido una mirada de desprecio, y fue<br />
a encerrarse en su aposento.<br />
Cuando llegó la hora del almuerzo no quiso bajar; pero pocos momentos después<br />
recibió un recado de su tía para que pasase a su aposento, y, al llegar allí, quedó muda de<br />
asombro al ver el extraño cuadro que se ofreció a sus ojos.<br />
La Marquesa estaba entregada a un verdadero acceso de demencia; tiraba los<br />
muebles, hacía trizas sus vestidos, pateaba y lloraba como un niño a quien arrancan de<br />
repente algún juguete. Huían aquí y allá las doncellas despavoridas, acurrucábanse los<br />
perros debajo de las mesas y las sillas, y hasta el pobre tití estaba tan lleno de terror, que<br />
se había pegado a la pared, de modo que más parecía una moldura que un animal<br />
viviente.<br />
Más de un cuarto de hora duró el alboroto, después del cual sobrevinieron las<br />
congojas y los espasmos, hasta que, como todo termina en este mundo, terminó aquella<br />
diabólica escena, y entre improperios y gritos de cólera supo Clotilde, al fin, de qué se<br />
trataba.<br />
Se trataba nada menos de que Guillermo había entrado bonitamente en el cuarto de la<br />
Marquesa y le había significado que, deseoso de vivir en paz y no ver ya por más tiempo<br />
turbadas sus patriarcales costumbres, la agradecería en extremo que se marchase cuanto<br />
antes en compañía de Miguel.<br />
-¡Ahora mismo!, gritaba la Marquesa, amoratada de ira, al referírselo a su sobrina;<br />
¡no estaré ni un minuto más en esta maldita casa! <strong>De</strong>bía haberla abandonado hace ocho<br />
días, cuando tuvo la avilantez de insultarme tu grosero marido. ¡Ya se ve, la cabra<br />
siempre tira al monte! ¿Qué se puede esperar de un miserable plebeyo como él?<br />
Parecióle, en efecto a Clotilde que su marido había hecho sobrado alarde de su<br />
autoridad, traspasando todos los límites del deber y la buena educación. Prorrumpió en<br />
sollozos, demostró a su tía su vivo pesar por aquel suceso, y la rogó que no dudase jamás<br />
de su cariño.