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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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97<br />

Pero más rápido que el pensamiento, corrió Guillermo a la puerta, extendió el brazo<br />

sobre ella, y gritó con voz imperiosa:<br />

-¡No: vuelva usted a su cuarto!<br />

Clotilde quedó estupefacta: ¡era ella quien debía reconvenir y la reconvenían!, ¡era<br />

ella quien debía castigar y era castigada!<br />

Llena de despecho y turbación arrojó sobre su marido una mirada de desprecio, y fue<br />

a encerrarse en su aposento.<br />

Cuando llegó la hora del almuerzo no quiso bajar; pero pocos momentos después<br />

recibió un recado de su tía para que pasase a su aposento, y, al llegar allí, quedó muda de<br />

asombro al ver el extraño cuadro que se ofreció a sus ojos.<br />

La Marquesa estaba entregada a un verdadero acceso de demencia; tiraba los<br />

muebles, hacía trizas sus vestidos, pateaba y lloraba como un niño a quien arrancan de<br />

repente algún juguete. Huían aquí y allá las doncellas despavoridas, acurrucábanse los<br />

perros debajo de las mesas y las sillas, y hasta el pobre tití estaba tan lleno de terror, que<br />

se había pegado a la pared, de modo que más parecía una moldura que un animal<br />

viviente.<br />

Más de un cuarto de hora duró el alboroto, después del cual sobrevinieron las<br />

congojas y los espasmos, hasta que, como todo termina en este mundo, terminó aquella<br />

diabólica escena, y entre improperios y gritos de cólera supo Clotilde, al fin, de qué se<br />

trataba.<br />

Se trataba nada menos de que Guillermo había entrado bonitamente en el cuarto de la<br />

Marquesa y le había significado que, deseoso de vivir en paz y no ver ya por más tiempo<br />

turbadas sus patriarcales costumbres, la agradecería en extremo que se marchase cuanto<br />

antes en compañía de Miguel.<br />

-¡Ahora mismo!, gritaba la Marquesa, amoratada de ira, al referírselo a su sobrina;<br />

¡no estaré ni un minuto más en esta maldita casa! <strong>De</strong>bía haberla abandonado hace ocho<br />

días, cuando tuvo la avilantez de insultarme tu grosero marido. ¡Ya se ve, la cabra<br />

siempre tira al monte! ¿Qué se puede esperar de un miserable plebeyo como él?<br />

Parecióle, en efecto a Clotilde que su marido había hecho sobrado alarde de su<br />

autoridad, traspasando todos los límites del deber y la buena educación. Prorrumpió en<br />

sollozos, demostró a su tía su vivo pesar por aquel suceso, y la rogó que no dudase jamás<br />

de su cariño.

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