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sentar junto a la lumbre, sacó con un cucharón de palo las berzas y las patatas cocidas<br />
con un poco de tocino, y las puso en una escudilla negra.<br />
La pobre mujer ni siquiera se disculpó por lo tosco del menaje y lo grosero de los<br />
manjares; a ella le sabían tan bien como si fueran perdices servidas en vajilla de<br />
porcelana.<br />
Cuando Clotilde, después de haber apagado el hambre y calentado sus miembros<br />
entumecidos, empezó a sentir un dulce bienestar, pensó que, si como decían sus libros, si<br />
como decía su tía, no existiesen más que los intereses materiales, ella a aquellas horas<br />
estaría expirando de hambre y de frío sobre la nieve.<br />
La mujer era un poco locuaz; pero como hablaba con el corazón, podía perdonársele<br />
su charla.<br />
-¿Con que huérfana, eh? ¡Pobrecilla!, seguía diciendo mientras iba y venía de un lado<br />
al otro de la cabaña. ¡Ay, si mis pobrecitos niños quedasen huérfanos!... ¡Pero no, que la<br />
Virgen bendita es la madre de los huérfanos, y Dios el padre de los desamparados!... No<br />
alborotes, Juanillo, no llores Mariquita, añadió interrumpiéndose, y dirigiéndose a los<br />
dos niños que jugaban y se disputaban unas chinitas cogidas en el arroyo.<br />
Sacó de su delantal un puñado de piedrecillas de colores, y dándoselas al más<br />
pequeñuelo, le dijo:<br />
-Toma, corazón mío, y vete a jugar con tu hermanos, que madre tiene que hacer.<br />
Se sentó junto a un canasto de ropa hecha jirones y tan llena de piezas, que no se<br />
conocía la tela primitiva, y se puso a echar un nuevo remiendo con una paciencia<br />
admirable.<br />
<strong>El</strong> mover la aguja con suma presteza, no le impedía mover la lengua, y no fueron<br />
pocas las preguntas que dirigió a Clotilde, poniéndole en un grave aprieto.<br />
Pero si Clotilde no sabía mentir, la mujer era demasiado crédula y bondadosa para<br />
sospechar de cualquiera que fuese, teniendo formada una buena opinión de todo el<br />
mundo.<br />
-¡Pues si yo le contase a usted mi historia!, dijo por fin, disponiéndose a referir lo que<br />
habría ya relatado un millón de veces. Yo también quedé huérfana y desamparada a la<br />
edad de cinco años. <strong>De</strong>samparada no, que nunca me faltó Dios ni la caridad de las<br />
buenas almas. Yo era la hija de todo el pueblo: entre todos me vestían, entre todos me