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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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186<br />

sentar junto a la lumbre, sacó con un cucharón de palo las berzas y las patatas cocidas<br />

con un poco de tocino, y las puso en una escudilla negra.<br />

La pobre mujer ni siquiera se disculpó por lo tosco del menaje y lo grosero de los<br />

manjares; a ella le sabían tan bien como si fueran perdices servidas en vajilla de<br />

porcelana.<br />

Cuando Clotilde, después de haber apagado el hambre y calentado sus miembros<br />

entumecidos, empezó a sentir un dulce bienestar, pensó que, si como decían sus libros, si<br />

como decía su tía, no existiesen más que los intereses materiales, ella a aquellas horas<br />

estaría expirando de hambre y de frío sobre la nieve.<br />

La mujer era un poco locuaz; pero como hablaba con el corazón, podía perdonársele<br />

su charla.<br />

-¿Con que huérfana, eh? ¡Pobrecilla!, seguía diciendo mientras iba y venía de un lado<br />

al otro de la cabaña. ¡Ay, si mis pobrecitos niños quedasen huérfanos!... ¡Pero no, que la<br />

Virgen bendita es la madre de los huérfanos, y Dios el padre de los desamparados!... No<br />

alborotes, Juanillo, no llores Mariquita, añadió interrumpiéndose, y dirigiéndose a los<br />

dos niños que jugaban y se disputaban unas chinitas cogidas en el arroyo.<br />

Sacó de su delantal un puñado de piedrecillas de colores, y dándoselas al más<br />

pequeñuelo, le dijo:<br />

-Toma, corazón mío, y vete a jugar con tu hermanos, que madre tiene que hacer.<br />

Se sentó junto a un canasto de ropa hecha jirones y tan llena de piezas, que no se<br />

conocía la tela primitiva, y se puso a echar un nuevo remiendo con una paciencia<br />

admirable.<br />

<strong>El</strong> mover la aguja con suma presteza, no le impedía mover la lengua, y no fueron<br />

pocas las preguntas que dirigió a Clotilde, poniéndole en un grave aprieto.<br />

Pero si Clotilde no sabía mentir, la mujer era demasiado crédula y bondadosa para<br />

sospechar de cualquiera que fuese, teniendo formada una buena opinión de todo el<br />

mundo.<br />

-¡Pues si yo le contase a usted mi historia!, dijo por fin, disponiéndose a referir lo que<br />

habría ya relatado un millón de veces. Yo también quedé huérfana y desamparada a la<br />

edad de cinco años. <strong>De</strong>samparada no, que nunca me faltó Dios ni la caridad de las<br />

buenas almas. Yo era la hija de todo el pueblo: entre todos me vestían, entre todos me

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