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Ésta se puso encendida; Guillermo precipitó su paseo como si quisiese moderar con<br />
el movimiento el ímpetu de su cólera.<br />
Doña Segismunda repuso con su no desmentida impavidez:<br />
-Es verdad que la señora Marquesa era la protectora de Miguel, y justo es que sienta<br />
su muerte. Cuenta y no acaba de las escenas que promovieron los parientes al verse<br />
desheredados.<br />
Hubo algunos momentos de silencio.<br />
A pesar de su desfachatez, doña Segismunda comprendió que estaba de más allí, y<br />
que las conveniencias sociales la mandaban retirarse.<br />
-Los dejo a ustedes, dijo por fin, que la tarde está oscura y amenaza lluvia.<br />
Aunque nadie la instó para que se quedase, permaneció sin embargo sentada y<br />
mirando a la puerta como si aguardase algo.<br />
En efecto, al poco tiempo la tía Ojazos apareció en su dintel.<br />
Traía un ramo de flores en una mano, y en la otra una maceta.<br />
-Buenas tardes la compañía, dijo. ¡Ahora sí que he encontrado para don Guillermo<br />
una magnífica planta de clemátides! ¡Véala usted, qué hermosa!<br />
Guillermo se detuvo en su paseo. Bien se leía en su rostro contraído, la ira que le<br />
cegaba, y su deseo de arrojar a aquella infame mujer de su casa.<br />
<strong>El</strong> temor del escándalo le contuvo.<br />
-Dé usted la maceta al jardinero, dijo con brusco tono, y pídale usted su importe.<br />
La tía Ojazos, en vez de obedecer, se acercó a Clotilde, que estaba pálida y convulsa.<br />
-¡Yo nunca me olvido de usted!, dijo haciéndola un guiño expresivo y poniendo en su<br />
mano el ramillete. ¡Ya sé cuánto le gustan las flores!<br />
Guillermo se había detenido otra vez, y al ver la astuta vieja que la miraba de hito en<br />
hito, se esquivó, dirigiéndose a la cocina.<br />
Entretanto, doña Segismunda, que ya se había levantado, se estaba despidiendo del<br />
abuelo.