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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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126<br />

-¿Quiere usted hacer que su marido y el mundo la crean bajo su palabra, cuando<br />

tienen aquí la prueba escrita de lo contrario?<br />

Clotilde cayó desplomada sobre su silla, sucumbiendo al peso de aquella realidad<br />

espantosa que la abrumaba con su lógica inflexible.<br />

¡Ay, perder la felicidad cuando acababa apenas de recobrarla! ¡Perder para siempre la<br />

estimación de su marido, la paz de su hogar doméstico, y quizás el amor y el respeto de<br />

sus hijos!<br />

¿Qué haría Guillermo cuando supiese la verdad, que ahora se ofrecía a sus ojos con<br />

colores tan horribles? ¡Quizás la arrojaría de su lado, cerrándola para siempre las puertas<br />

de su casa, privándola de la vista de sus hijos!<br />

Si Guillermo era generoso, era también severo hasta lo sumo en cuestiones de honor<br />

y delicadeza.<br />

Bien veía don Lupercio la lucha trabada en el alma de la infeliz, y así guardó silencio<br />

algunos instantes, dejándola abarcar con su imaginación todas las funestas<br />

consecuencias de su ligereza, y luego dijo con su tono frío y resuelto:<br />

-En fin, nada hay perdido, señora. <strong>El</strong> negocio que usted no quiere aceptar, se lo<br />

propondré a don Guillermo.<br />

Y se levantó sonriendo y mostrando sus dientes largos, amarillos y afilados como los<br />

de un chacal.<br />

-¡Por piedad!, gritó Clotilde, asiéndole por el mugriento faldón de levita. Usted tiene<br />

hijas, ¡por piedad! ¡Quizás ellas se vean mañana en el amargo trance en que me veo!<br />

-¡Eh, eh!, dijo don Lupercio; ¡mis hijas no cometerían jamás semejantes<br />

imprudencias! ¡Son hijas de escribano, y saben lo que vale una letra escrita!<br />

En aquel instante resonaron los gozosos ladridos de los perros, que festejaban la<br />

vuelta de su amo.<br />

-¡Hele allí!, dijo el escribano señalando a Guillermo, que atravesaba con paso ligero<br />

el jardín, dirigiéndose a la escalerilla cubierta.<br />

-¡Piedad!, exclamó otra vez Clotilde con las manos juntas y las mejillas cubiertas de<br />

lágrimas.

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