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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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-He aquí la adorada imagen, consuelo de mis penas, repuso con tono melancólico,<br />

presentándolo a la joven. ¡Estaba esculpida en mi corazón y en mi mente y la he<br />

trasladado al papel sin que se me olvidase ni el más ligero detalle!<br />

Era verdad: a un maravilloso parecido reunía la expresión cándida y dulce de<br />

Clotilde.<br />

La joven se sintió profundamente conmovida. Aquel testimonio de un amor<br />

verdadero, de un incesante recuerdo, despertó en su alma un sentimiento de dulce<br />

gratitud. Fuerte ante las amenazas y las recriminaciones, se sintió turbada ante aquel<br />

lenguaje respetuoso, melancólico y apasionado.<br />

Miguel comprendió la ventaja que había alcanzado, y prosiguió con trasporte:<br />

-¡He aquí su imagen de usted!... ¡Su bella e idolatrada imagen! ¡<strong>El</strong>la ha recibido mis<br />

tiernas confidencias!... ¡Mis amantes besos!... ¡Mis ardientes lágrimas!... <strong>El</strong>la me sonreía<br />

en medio de mi tristeza, en medio de mis triunfos... A ella debo mis momentos de<br />

felicidad, mis momentos de sublime inspiración... ¡Ah! Clotilde, Clotilde idolatrada,<br />

usted que es buena como los ángeles del cielo, ¿podrá negarme el galardón debido a<br />

tanto amor, a tantos sufrimientos? ¡Ya no exijo: ruego!... ¡Soy su esclavo: si usted lo<br />

quiere, partiré al instante; pero por Dios, que no sea sin oír de sus labios una palabra de<br />

ternura!...<br />

¡Ay del que juega con el rayo! ¡Ay del que se solaza con veneno! ¡Ay, que no se<br />

pueden excitar las pasiones para decirlas luego, como Dios a los irritados mares, no<br />

pasaréis de aquí!<br />

Un velo oscureció las pupilas de Clotilde; el fuego que abrasaba las venas de Miguel<br />

empezó a circular también por sus venas.<br />

Trémula y conmovida invocó el auxilio de su madre, invocó el auxilio de su ángel de<br />

la guarda.<br />

-¡<strong>De</strong>mos al olvido estos sueños, estos delirios, Miguel!... balbuceó con esfuerzo,<br />

tengo marido, tengo hijos... ¡Nuestro amor sería un crimen!...<br />

- ¡<strong>El</strong> amor todo lo santifica!, exclamó Miguel con trasporte.<br />

<strong>De</strong>jó sobre la mesa las cartas y el retrato, se adelantó hacia la joven, ciñó con su<br />

brazo su talle, y murmuró en su oído con delirante tono:<br />

-¡Te amo! ¡Oh, cuánto te amo!

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