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-He aquí la adorada imagen, consuelo de mis penas, repuso con tono melancólico,<br />
presentándolo a la joven. ¡Estaba esculpida en mi corazón y en mi mente y la he<br />
trasladado al papel sin que se me olvidase ni el más ligero detalle!<br />
Era verdad: a un maravilloso parecido reunía la expresión cándida y dulce de<br />
Clotilde.<br />
La joven se sintió profundamente conmovida. Aquel testimonio de un amor<br />
verdadero, de un incesante recuerdo, despertó en su alma un sentimiento de dulce<br />
gratitud. Fuerte ante las amenazas y las recriminaciones, se sintió turbada ante aquel<br />
lenguaje respetuoso, melancólico y apasionado.<br />
Miguel comprendió la ventaja que había alcanzado, y prosiguió con trasporte:<br />
-¡He aquí su imagen de usted!... ¡Su bella e idolatrada imagen! ¡<strong>El</strong>la ha recibido mis<br />
tiernas confidencias!... ¡Mis amantes besos!... ¡Mis ardientes lágrimas!... <strong>El</strong>la me sonreía<br />
en medio de mi tristeza, en medio de mis triunfos... A ella debo mis momentos de<br />
felicidad, mis momentos de sublime inspiración... ¡Ah! Clotilde, Clotilde idolatrada,<br />
usted que es buena como los ángeles del cielo, ¿podrá negarme el galardón debido a<br />
tanto amor, a tantos sufrimientos? ¡Ya no exijo: ruego!... ¡Soy su esclavo: si usted lo<br />
quiere, partiré al instante; pero por Dios, que no sea sin oír de sus labios una palabra de<br />
ternura!...<br />
¡Ay del que juega con el rayo! ¡Ay del que se solaza con veneno! ¡Ay, que no se<br />
pueden excitar las pasiones para decirlas luego, como Dios a los irritados mares, no<br />
pasaréis de aquí!<br />
Un velo oscureció las pupilas de Clotilde; el fuego que abrasaba las venas de Miguel<br />
empezó a circular también por sus venas.<br />
Trémula y conmovida invocó el auxilio de su madre, invocó el auxilio de su ángel de<br />
la guarda.<br />
-¡<strong>De</strong>mos al olvido estos sueños, estos delirios, Miguel!... balbuceó con esfuerzo,<br />
tengo marido, tengo hijos... ¡Nuestro amor sería un crimen!...<br />
- ¡<strong>El</strong> amor todo lo santifica!, exclamó Miguel con trasporte.<br />
<strong>De</strong>jó sobre la mesa las cartas y el retrato, se adelantó hacia la joven, ciñó con su<br />
brazo su talle, y murmuró en su oído con delirante tono:<br />
-¡Te amo! ¡Oh, cuánto te amo!