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consagrado todas las palpitaciones de mi corazón, todos los delirios de mi mente... ¡Te<br />
he amado en los pájaros, en las flores, en las nubecillas del cielo!... ¡Para mí la creación<br />
no tenía más que una voz y era la tuya... no tenía más que un resplandor y era el que<br />
despedían tus ojos! ¡Hubiera querido ser tu esclava para adorarte siempre de rodillas,<br />
hubiera querido ser tu ángel de la guarda, para guiarte siempre por los eriales de la<br />
vida!... Por ti envidiaba tan sólo su espléndida belleza a las mujeres: envidiaba al<br />
ruiseñor su canto que te llenaba de embeleso, al sol que te iluminaba con sus rayos, a la<br />
brisa que acariciaba tu frente...<br />
Hubiera querido ser el único foco que atrajese tus miradas, hubiera querido ser el<br />
único norte al cual se dirigieran tus pasos...<br />
¡Ah, ah! ¡Hablabas hace poco de que no se pueden dominar las pasiones, de que no se<br />
pueden refrenar los impulsos del alma!<br />
¡Ah, ah! ¡Cuándo sufrirás tú, cuándo sufrirá nadie lo que yo he sufrido!<br />
Sentóse en el taburete, cubrióse el rostro con las manos, y prorrumpió en sollozos.<br />
Miguel permaneció inmóvil, absorto en sí mismo, en los nuevos y extraños<br />
sentimientos que germinaban dentro de su alma.<br />
Así como cuando descorriéndose la cortina de nubarrones que entolda el firmamento,<br />
vemos con asombro aparecer el sol sobre el cielo azul, e iluminar con nuevas y doradas<br />
tintas el antes sombrío paisaje, así las revelaciones de Juana descorrieron de repente el<br />
oscuro velo que cubría el alma de Miguel.<br />
Comprendió por qué no había amado nunca más que con el amor fugaz de los<br />
sentidos, comprendió por qué en el fondo de sus sensuales y frívolos amores, no había<br />
hallado más que hastío y desencanto. Comprendió por qué al arrancarse de los brazos de<br />
sus amadas de un día, sus labios pronunciaban sin saberlo el nombre de Juana, por qué<br />
murmuraba este bendito nombre, en medio de todas sus penas y alegrías. Comprendió,<br />
por último, cuál era y en dónde estaba la verdadera dicha de este mundo.<br />
-¡Juana!, murmuró con trasporte, juntando las manos en ademán suplicante, lo que no<br />
ha sucedido puede suceder...<br />
Pero Juana se levantó como una leona herida.<br />
-¿Crees, exclamó con altivez, que te hubiera hablado de mi amor, si no mediase entre<br />
ambos un abismo?... ¡Basta: yo no soy la esposa que te conviene: yo jamás seré tu<br />
esposa!... Has conocido a las mujeres del gran mundo y hablas su lenguaje...