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Tales eran los pensamientos de Miguel cuando se dirigía al Leviatán de los carruajes;<br />
pero cambiáronse repentinamente, tornándose en sombríos, al hallar en sus manos la<br />
cajita que Juana acababa de deslizar en ellas...<br />
Su primer movimiento fue de cólera.<br />
-¡Qué ridícula es!, murmuró en voz baja. ¡Qué rancias preocupaciones las suyas! <strong>De</strong><br />
todo se asusta, y del átomo más leve forma una montaña.<br />
¿Qué tiene de particular que Clotilde, que es hermosa, se aburra en ese antiguo y<br />
solitario caserón, y que yo, que soy joven y amante del placer, haya gastado una broma?<br />
Bien debía saber Juana que ella y yo somos dos dedos de una misma mano, como<br />
dice un autor célebre, y que no puede extinguirse jamás el santo y mutuo cariño que nos<br />
une. Cariño de hermano a hermana, de madre a hijo, cariño apacible, sereno, que no se<br />
parece a los sentimientos tempestuosos del amor mundano. ¿Pero me quiere ella ni aun<br />
así? Empiezo a dudarlo. En un mes que he vivido a su lado, siempre hemos girado, y por<br />
su culpa, en órbita distinta; yo en el salón, ella en la cocina. ¡Qué compañera tan<br />
prosaica para un artista!... Y sin embargo, así la quiero yo para esposa mía... Me parece<br />
que ella ya no piensa en eso... ¡La he encontrado tan apática, tan fría, tan indiferente!...<br />
¿Si será cierto lo que dicen las malas lenguas?, ¿si será cierto que Guillermo?... ¡Oh, si<br />
fuese cierto, le mataría!<br />
Encendiósele el rostro de rubor e indignación contra sí mismo.<br />
-¡Soy un miserable!, pensó haciendo trizas sus guantes. Juana es la mujer más pura y<br />
noble de la tierra.<br />
Miguel, como todos los libertinos, como todos los maldicientes, que por una extraña<br />
aberración excluyen a sus madres y a sus hermanas del fallo injurioso que arrojan al<br />
rostro de todas las mujeres, excluía siempre a Juana del concepto despreciativo que le<br />
merecía la más bella mitad del género humano, y al que se hubiese atrevido a ofenderla<br />
con la más leve insinuación le hubiera arrancado la existencia.<br />
Le parecía fácil y natural, si hubiese querido, vencer la virtud de Clotilde, de<br />
costumbres puras, de intachable fama, y le parecía absurdo pensar siquiera en que<br />
pudiese flaquear la virtud de Juana, adornada de iguales circunstancias. Le parecía que<br />
en nada faltaba él al decoro y al deber solicitando a una mujer casada, y le hubiera<br />
parecido un infame, digno del desprecio público y del mayor castigo, al que hubiese<br />
intentado seducir a Juana, libre de todo lazo y solidaria únicamente de sí misma, que así<br />
juzga la ciega pasión del hombre de lo malo y de lo bueno, de lo justo y de lo injusto.