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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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Por un instante pensó en ir a arrojarse a las plantas de Guillermo y confesárselo todo.<br />

-¿Querrá creerme cuando le diga que soy inocente?, prosiguió aterrada, ¿no tiene ese<br />

hombre en su poder mis cartas? ¿No se considera con derecho para escalar el santuario<br />

de mi casa? ¿Y no querrá Guillermo arrebatarle esas cartas, arrancarle ese derecho aún al<br />

precio de su sangre? ¿Qué horrible cadena es esta que no me es dado romper? Un solo<br />

paso en falso, un solo secreto en mi vida, y ya mi vida y mi reposo están merced de todo<br />

el mundo, y por todas partes me cerca un espantoso e insondable precipicio...<br />

Pero mientras se lamentaba así, el tiempo volaba, las sombras crecían, y la catástrofe<br />

se acercaba amenazadora y terrible.<br />

Clotilde se cogió la cabeza con ambas manos, queriendo reunir sus ideas y fijarlas<br />

para buscar un medio de salvación.<br />

-¿Y si yo fuese a ver a Miguel?, pensó vislumbrando en aquel paso un destello de<br />

esperanza.<br />

¿Si yo fuese a decirle que no le he llamado, y postrándome a sus pies, le suplicase<br />

que me devolviese mis cartas, que partiera, que me restituyera, con su olvido, mi honra y<br />

mi reposo? Si, sí: ¡Miguel es bueno! ¡Miguel tendrá compasión de una infeliz mujer que<br />

en nada le ha ofendido!... Ánimo, puedo ir y volver en media hora... ¡Dios me dará<br />

fuerzas para llegar; me dará elocuencia para convencerle!...<br />

Esparcióse el cabello, se puso una bata oscura de mañana, se sentó junto a la<br />

chimenea procurando afectar un aire sosegado, y tiró del cordón de la campanilla.<br />

A los breves instantes apareció Felisa.<br />

-No me encuentro bien, dijo Clotilde, la muerte de mi tía me ha afectado en extremo.<br />

Dame un poco de éter, y di que no me aguarden a cenar, pues voy a meterme en la cama.<br />

Quisiera que me dejasen descansar...<br />

Tomó el éter, y despidió a la doncella, pues tenía costumbre de desnudarse sola.<br />

Cuando se hubo convencido de que Felisa estaba ya lejos, pasó el cerrojo a la puerta<br />

del aposento que daba al corredor, y a la puertecita falsa de la alcoba, se envolvió en un<br />

pañolón negro se puso otro también negro en la cabeza, y bajó por la escalerilla cubierta,<br />

dejando el balcón entornado.<br />

<strong>De</strong> resultas de sus antiguas solitarias correrías por el campo, había quedado en su<br />

poder la llave de la puerta falsa del jardín.

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