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Los dos sobrinos retrocedieron espantados hasta los pies de la cama.<br />
Pero la cólera que había galvanizado por un instante los nervios entumecidos de la<br />
enferma, cedió y la infeliz cayó sobre la cama sollozando.<br />
-¡Ay de mí, triste, ay de mí, decía, que estoy a merced de mis mayores enemigos!...<br />
¿Qué haré? ¿A quién pediré socorro?...<br />
Los sobrinos la dejaron llorar y gemir por espacio de media hora.<br />
Luego volvieron paso a paso a reconquistar sus primeras posiciones.<br />
-Pobre tía, dijo entonces el sobrino, está usted muy mala, ¿quiere usted que vayan a<br />
buscar al escribano?<br />
-¡Ay tía de mi alma, exclamó la sobrina, supuesto que no hay remedio!, ¿quiere usted<br />
que vayan a buscar al confesor?<br />
En aquella media hora la muerte había dado un paso más hacía su víctima.<br />
Estaba postrada, casi vencida.<br />
Sin embargo, aún tuvo aliento para decir:<br />
-No, no, que se vayan todos, que me dejen todos: ¡esto es lo que quiero!...<br />
En aquel momento se abrió la puerta de la estancia, y entró una mujer con un niño<br />
entre los brazos.<br />
Era una prima lejana a quien ya había faltado la paciencia.<br />
-¡Prima, dijo con voz lastimera, por Dios, acuérdese usted en sus últimos momentos<br />
de esta pobre criaturita!<br />
La Marquesa se enderezó de nuevo sobre el lecho. Estaba mucho más lívida, mucho<br />
más desfigurada que antes. Tenía los blancos cabellos esparcidos, los ojos inflamados,<br />
los labios cubiertos de roja espuma.<br />
-¡Fuera todos, fuera!, gritó con voz estridente.<br />
Prima y sobrinos bajaron la cabeza y obedecieron, saliendo cabizbajos de la estancia.<br />
¡Aún tenía la moribunda bastante vida para poder excluirlos del testamento!