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La tía Ojazos, después de haberla introducido en la estancia, salió cerrando tras sí la<br />
puerta.<br />
Clotilde, con el alma y el cuerpo destrozados a la vez, se dejó caer sobre un taburete<br />
sin poder articular ni una sola silaba.<br />
Miguel corrió hacia ella.<br />
Tenía preparado su discurso, y lo relató corno un cómico consumado. Su voz, su<br />
ademán, su fisonomía, todo expresaba perfectamente el desorden de una pasión violenta.<br />
<strong>El</strong> sueño de Clotilde se había realizado; había logrado inspirar un amor delirante: así<br />
debía creerlo, y sin embargo su alma rebosaba de terror y de amargura.<br />
-Miguel, dijo entre lágrimas, he sido muy culpable; pero no tanto como usted cree...<br />
Yo no lo he llamado a usted... yo no he escrito ese billete que muestra como un trofeo<br />
delante de mis ojos... ¿Quién ha trazado esos pérfidos caracteres que tan bien imitan mi<br />
letra? ¡Lo ignoro! Sin duda un enemigo oculto que quiere mi perdición a toda costa. ¡Ah,<br />
Miguel, tarde reconozco lo horrendo del precipicio a cuyo borde me he asomado con<br />
planta irreflexiva!<br />
¡Tengo marido, tengo hijos!... Próxima a perderlos tal vez, comprendo todo el valor<br />
de estos queridos objetos... Por Dios, Miguel, sálveme usted... ¡Váyase usted ahora<br />
mismo, vuelva usted a Madrid y olvide para siempre haberme conocido!... ¡Usted es<br />
bueno, noble y generoso! ¡Usted no querrá perder a una infeliz mujer que le pide su<br />
honra y la honra de sus hijos!...<br />
-¿Cómo?, exclamó Miguel interrumpiéndola con apasionado trasporte, ¿crees tú que<br />
es posible encender un volcán en el corazón de un hombre, y arrojar sobre él luego el<br />
hielo de la indiferencia y del desprecio? ¿Crees tú que es posible engañarle, alucinarle,<br />
hacerle confiar en una ventura sin límites, y decirle después con insultante sangre fría:<br />
basta ya de juego, se ha terminado la comedia? ¡No, oh, no! ¡Me perteneces! ¡Tus cartas,<br />
tus adoradas cartas me lo dicen!<br />
Sacó las dos cartas del bolsillo e imprimió en ellas un ardiente beso.<br />
-Consuelo de mis noches, añadió con apasionada ternura, tesoros de mi vida. ¡Ah,<br />
cuán lejos, cuán lejos estaba yo de creer cuando os estrechaba sobre mi corazón corno un<br />
talismán bendito, que los labios de aquella cuyo corazón había dejado escapar tan dulces<br />
frases, llegaría algún día a despedirme como se despide a un lacayo miserable!