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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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163<br />

La tía Ojazos, después de haberla introducido en la estancia, salió cerrando tras sí la<br />

puerta.<br />

Clotilde, con el alma y el cuerpo destrozados a la vez, se dejó caer sobre un taburete<br />

sin poder articular ni una sola silaba.<br />

Miguel corrió hacia ella.<br />

Tenía preparado su discurso, y lo relató corno un cómico consumado. Su voz, su<br />

ademán, su fisonomía, todo expresaba perfectamente el desorden de una pasión violenta.<br />

<strong>El</strong> sueño de Clotilde se había realizado; había logrado inspirar un amor delirante: así<br />

debía creerlo, y sin embargo su alma rebosaba de terror y de amargura.<br />

-Miguel, dijo entre lágrimas, he sido muy culpable; pero no tanto como usted cree...<br />

Yo no lo he llamado a usted... yo no he escrito ese billete que muestra como un trofeo<br />

delante de mis ojos... ¿Quién ha trazado esos pérfidos caracteres que tan bien imitan mi<br />

letra? ¡Lo ignoro! Sin duda un enemigo oculto que quiere mi perdición a toda costa. ¡Ah,<br />

Miguel, tarde reconozco lo horrendo del precipicio a cuyo borde me he asomado con<br />

planta irreflexiva!<br />

¡Tengo marido, tengo hijos!... Próxima a perderlos tal vez, comprendo todo el valor<br />

de estos queridos objetos... Por Dios, Miguel, sálveme usted... ¡Váyase usted ahora<br />

mismo, vuelva usted a Madrid y olvide para siempre haberme conocido!... ¡Usted es<br />

bueno, noble y generoso! ¡Usted no querrá perder a una infeliz mujer que le pide su<br />

honra y la honra de sus hijos!...<br />

-¿Cómo?, exclamó Miguel interrumpiéndola con apasionado trasporte, ¿crees tú que<br />

es posible encender un volcán en el corazón de un hombre, y arrojar sobre él luego el<br />

hielo de la indiferencia y del desprecio? ¿Crees tú que es posible engañarle, alucinarle,<br />

hacerle confiar en una ventura sin límites, y decirle después con insultante sangre fría:<br />

basta ya de juego, se ha terminado la comedia? ¡No, oh, no! ¡Me perteneces! ¡Tus cartas,<br />

tus adoradas cartas me lo dicen!<br />

Sacó las dos cartas del bolsillo e imprimió en ellas un ardiente beso.<br />

-Consuelo de mis noches, añadió con apasionada ternura, tesoros de mi vida. ¡Ah,<br />

cuán lejos, cuán lejos estaba yo de creer cuando os estrechaba sobre mi corazón corno un<br />

talismán bendito, que los labios de aquella cuyo corazón había dejado escapar tan dulces<br />

frases, llegaría algún día a despedirme como se despide a un lacayo miserable!

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