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96<br />
Juana estaba sentada en un banco rústico, con la cabeza envuelta en su delantal para<br />
ocultar sus lágrimas; pero por más que ocultase sus lágrimas se oían clara y<br />
distintamente sus sollozos.<br />
Al oír el grito de Guillermo, se descubrió la cabeza y corrió hacia él, asustada y<br />
temblorosa. Pero retrocedió aterrada al ver su palidez y la extraña fijeza de sus ojos.<br />
-¿Qué tiene usted Guillermo, qué tiene usted?, preguntó con espanto.<br />
Cogióle ambas manos, le condujo al banco y le obligó a sentarse en él.<br />
-¿Qué tiene usted Guillermo, hermano mío, qué tiene usted?, repitió con la voz dulce<br />
de los ángeles, y olvidada de su propio dolor para ocuparse del ajeno.<br />
Aquella voz dulcísima fue derecha al corazón de Guillermo, y conmovió sus<br />
embotadas fibras.<br />
Entonces las lágrimas acudieron poco a poco a sus ojos, como un balsámico rocío, y<br />
los sollozos levantaron su pecho.<br />
Juana no le dirigió más preguntas, lloró con él, estrechando entre las suyas sus manos<br />
heladas y temblorosas.<br />
¡Ay, que los dos se comprendían sin hablarse! ¡Ay, que los dos lloraban su amor<br />
perdido, sus esperanzas defraudadas, tronchada para siempre la ventura de su vida!<br />
¡<strong>De</strong>sdichados!<br />
Más de una hora permanecieron de este modo, y era tan profundo su dolor, tan<br />
desolado su llanto, que hasta los serafines debieron compadecerse al contemplarlo.<br />
<strong>De</strong> pronto apareció entre los árboles una figura esbelta y vaporosa. Asemejábase a<br />
una celeste aparición, llena de resplandores y hermosura.<br />
Era Clotilde. Iba envuelta en un chal de gasa blanca, y llevaba en la cabeza un<br />
sombrerito de paja adornado de flores.<br />
Turbóse al ver a Juana y a su marido con las manos entrelazadas y confundiendo sus<br />
lágrimas; pero al instante tomó su partido y, cruzando por delante de ellos, se dirigió a la<br />
puerta falsa.