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-Es costumbre inmemorial de mis antepasados, que cuantos se hallan a nuestro<br />
servicio puedan vivir con cierta independencia, porque de este modo sus servicios son<br />
espontáneos y espontáneo su cariño. Aunque tú no estás a mi servicio, Juana, sino que<br />
eres hija mía, no es justo que quedes privada de las ventajas que otros con menos<br />
derecho y menos mérito obtienen. Sé además que eres la prometida esposa de un joven<br />
honrado, que está trabajando en Madrid para labrarse un porvenir, y justo es que por tu<br />
parte te vayas agenciando un pequeño dote.<br />
Aquí tienes la escritura de propiedad de una viña bastante extensa y recién plantada:<br />
mientras estés en casa nuestros trabajadores la labrarán, y tú, guardándote el producto<br />
intacto, podrás hacerlo valer como mejor te plazca.<br />
Ésta es costumbre inmemorial de mi casa, y no tienes que agradecerlo en lo más<br />
mínimo.<br />
¡Cuánto enardecería a Juana para proseguir en sus desvelos este delicado proceder, es<br />
inútil encarecerlo!<br />
Al entrar Clotilde en la casa, Juana se eclipsó completamente; pero su influjo<br />
invisible y benéfico se hizo sentir del mismo modo.<br />
Clotilde fue durante los primeros años de su matrimonio una esposa tierna, una madre<br />
cariñosa, y Juana permaneció por su voluntad relegada en el último término,<br />
renunciando con verdadera alegría en el corazón a todas sus atribuciones.<br />
<strong>De</strong>spués Clotilde, triste y cabizbaja, sin que nadie adivinase la causa de su<br />
trasformación, fue abandonando poco a poco el cuidado de su casa, mostrándose al<br />
mismo tiempo tibia con su marido y con sus hijos. Entonces Juana recogió en silencio el<br />
cetro abandonado, y volvió a ser el alma invisible de la casa.<br />
A la sazón vigilaba los juegos de los niños sentada en un banco rústico que ella<br />
misma había formado al borde del cuadro de violetas y bajo la sombra de la acacia. ¡Las<br />
violetas le recordaban a su fiel Turco, la acacia a su amigo ausente! ¡Aquél era su sitio<br />
favorito!<br />
Interrumpió las meditaciones de Clotilde y el juego de los niños el eco de la campana<br />
que llamaba a almorzar a la familia.<br />
Carlos y María se precipitaron dando saltos en el comedor, seguidos de Juana;<br />
Clotilde permaneció inmóvil con la frente apoyada en las enredaderas.