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Entonces, obedeciendo a un impulso instintivo se levantó y se dirigió al sitio de<br />
donde partían las voces.<br />
¡Ay, por qué se dirigió a aquel sitio!, ¿qué horrible fatalidad nos guía a querer<br />
descorrer imprudentemente el misterioso velo del destino?<br />
Llegó al vallado, apoyóse en los setos y escuchó.<br />
<strong>El</strong> que hablaba era Miguel, y su interlocutor el anciano sacerdote.<br />
Estaban detenidos en medio del camino, a bastante distancia, y sólo el silencio de la<br />
noche podía hacer que llegase hasta allí el eco de sus voces, y se oyeran distintamente<br />
sus palabras.<br />
-Le juro a usted que nunca jamás se había ofrecido a mi imaginación la idea de que<br />
Juana pudiera ser mi esposa, decía Miguel. Estaba acostumbrado a ver en ella a mi<br />
madre o a mi hermana mayor, y nunca he pensado que pudieran unirnos otros lazos. Así,<br />
pues, no es extraño que su inesperada proposición de usted me haya sobrecogido, me<br />
haya aterrado. ¿Cree usted, por otra parte, que Juana me ame?, que pudiera resignarse a<br />
su vez a tomarme por marido? ¡Ilusión!, ¡mentira! ¡Se ha afectado con la idea de nuestra<br />
separación, como se afectó cuando éramos niños y quisieron separarnos!<br />
-Y sin embargo, éste es un dilema que hay que resolver de un modo u otro, dijo don<br />
Eustaquio, sois mozos y la gente murmura de ver que vivís juntos.<br />
Miguel dio algunos pasos fuera de sí, apretándose la frente con ambas manos, como<br />
sí quisiera hacer brotar de su imaginación una idea que lo conciliase todo.<br />
-¿Amas a otra?, le preguntó don Eustaquio con voz trémula.<br />
Miguel se detuvo, reflexionó algunos instantes, y luego dijo:<br />
-¡No! ¡Mi corazón está libre! No hay ninguna de las jóvenes que me rodean, que<br />
corresponda al bello ideal que me he forjado en mis sueños...<br />
¡Porque yo sueño mucho, padre mío!... Sueño con vivir en otro centro, en otra esfera;<br />
¡sueño con la gloria!... Esta vida tranquila, uniforme, me abruma: quisiera brillar...<br />
sentir... luchar...<br />
-Hijo mío, exclamó don Eustaquio, ¡imprudentes de los que hallándose en la plácida<br />
orilla se arrojan al golfo turbulento de los mares! Insensatos de los que teniendo entre<br />
sus manos la felicidad, la arrojan a los cuatro vientos para ir en pos de soñadas y