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por cima del común de los mortales, y que colocada sobre un elevadísimo altar, se<br />
transforma en ídolo del mundo.<br />
»Pero no se contentan con arrancarla su virtud: para hacer más completo su triunfo, le<br />
arrancan también la fe. Dios, dicen, es un mito: las dulces creencias de nuestros padres,<br />
pueriles supersticiones propias del vulgo inconsciente; el hombre, al que creíamos hijo<br />
primogénito del cielo, un ser como todos los demás, que nace, goza y muere,<br />
confundiéndose su espíritu con la masa de espíritus que flota en la atmósfera y dividida<br />
en átomos vuelve a animar otros cuerpos, quizás el de un reptil, quizás el de una flor; el<br />
goce indefinido es el móvil y el fin impuesto por la naturaleza a todos los seres que<br />
pueblan el universo, desde la piedra que busca a otra piedra, hasta el hombre que corre<br />
en pos de su bella compañera... ¡Cadena misteriosa que arranca de la materia para<br />
terminar en la materia!<br />
»Pero aún van más allá en sus aseveraciones impías e insensatas. Afirman que el<br />
hombre, miserable esclavo del destino, no es libre para separar el mal del bien, la luz de<br />
las tinieblas.<br />
»Que del mayor o menor desarrollo de sus órganos cerebrales, resultan sus vicios y<br />
virtudes, como resultan los sonidos más o menos armónicos de un clave, según la mayor<br />
o menor tensión que supo dar el artífice a sus cuerdas. <strong>De</strong> este modo, después de haber<br />
arrancado de nuestras almas la fe de Dios, nos arrancan la fe de nosotras mismas.<br />
»¡Pero aún hay más, Guillermo mío, aún hay más! Los personajes que campean en<br />
esos libros, son personajes repugnantes, que practican el mal por el placer de practicarlo,<br />
como si fuese esta una condición de su naturaleza, una ley ineludible del destino. Sus<br />
protagonistas son héroes de presidio, agentes de policía, mujeres perdidas. Cubiertos de<br />
púrpura o de andrajos, siempre con los mismos tipos cínicos y vergonzosos, como si la<br />
sociedad de alto a abajo no fuese más que una inmunda sentina de vicios innobles y<br />
rastreros. Y de este modo nos arrebatan la fe en los demás, después de arrebatarnos la de<br />
Dios y la de nosotros mismos.<br />
»Y si hablan de virtud, como una vasija sucia no puede contener agua pura, la virtud<br />
sale de sus labios despojada de sus divinos atributos: es una virtud convencional, especie<br />
de ramera disfrazada de matrona, que en sus palabras y maneras pone sin cesar de<br />
manifiesto el lupanar, palenque primitivo de sus glorias.<br />
»¡Oh, que estos innobles y degradados libros no fuesen quemados en la plaza pública<br />
por la mano misma del verdugo!