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Parecía haberse extendido un negro velo por delante de sus pupilas. Poco a poco el<br />
negro velo se tornó rojizo y, al través de su reflejo, leyó, clara y distintamente, las<br />
palabras recuerdo eterno, trazadas por una mano conocida y adorada, y más abajo la<br />
misma frase, grabada por otra traidora mano.<br />
Sin embargo, no se movió.<br />
Cualquiera hubiera dicho que aquella palabra era un logogrifo, y que hacía esfuerzos<br />
inauditos por descifrar su misterioso sentido.<br />
-Buenos días, don Guillermo, dijo una muchacha que pasaba cargada con una cesta<br />
de albérchigos.<br />
<strong>El</strong> infeliz se pasó las manos por los ojos y siguió maquinalmente a la muchacha, fija<br />
la atención en su saya a cuadros escoceses verdes y negros, y en sus piernas desnudas.<br />
<strong>El</strong> mundo había desaparecido de sus ojos, y sólo veía aquella saya que se movía a<br />
impulsos del viento, como si en sus pliegues estuviese escondida la solución del<br />
misterioso logogrifo.<br />
Tomó maquinalmente el camino de su casa.<br />
Hombres y mujeres iban y venían, y le pareció que aquellos hombres y aquellas<br />
mujeres le miraban con aire sarcástico, entreabriendo sus labios una burlona sonrisa.<br />
¿Por qué?<br />
Aunque la muchacha no iba ya delante de él, pues había entrado en la ciudad, le<br />
pareció ver aún su saya a cuadros verdes y negros flotar delante de sus ojos.<br />
Sin saber cómo, se halló delante de su casa; pero obedeciendo a un secreto instinto,<br />
no entró por la puerta principal, sino por la puerta falsa que daba al jardín.<br />
Halló la puerta cerrada y escaló la tapia.<br />
Luego empezó a andar por las calles del jardín, fijo siempre su pensamiento en la<br />
saya verde y negra.<br />
<strong>De</strong> repente se paró y dio un grito.