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Confiada y bondadosa, no podía creer por mucho tiempo en la maldad ajena.<br />
Aquella noche no aguardó al alba para entrar en el despacho.<br />
Pero no fue tan feliz como la vez primera.<br />
Aunque había adoptado las mismas precauciones que la noche anterior, cuando<br />
acababa de meter el papel en su legajo correspondiente, sintió el ruido de una puerta que<br />
se abría, y vio delante de sí a Juana medio desnuda y con el cabello suelto.<br />
Ambas soltaron un grito al reconocerse.<br />
Aquel grito despertó a Guillermo.<br />
va? preguntó con voz estridente.<br />
Oyóse el ruido que hacía al precipitarse de la cama.<br />
Clotilde aterrada y sin darse cuenta de lo que hacía, puso un dedo sobre sus labios,<br />
miró a Juana con ademán suplicante, y abalanzándose al dormitorio de sus hijos, corrió a<br />
acurrucarse entre las dos camitas, en donde los ángeles velaban el sueño de aquellos<br />
inocentes hermanos suyos.<br />
Cuando Guillermo a medio vestir se presentó en el despacho, halló a Juana delante<br />
del pupitre abierto y los papeles esparramados.<br />
-¿Qué buscabas aquí?, le dijo con asombrado y severo tono.<br />
La pobre Juana no supo qué responder.<br />
No quiso denunciar a Clotilde, inclinó la cabeza sobre el pecho y guardó silencio.<br />
-¿Pero qué buscabas aquí? ¡Responde!, gritó Guillermo con creciente cólera.<br />
Clotilde lo oía desde su escondite, en donde permanecía inmóvil, llena de confusión y<br />
espanto, con la cabeza escondida entre las manos.<br />
Su primer impulso fue salir y confesarlo todo; luego cedió a su cobarde y falsa<br />
vergüenza.<br />
-¡Hacer patente mi delito a los ojos de Juana que es tan buena!, pensó en medio de su<br />
turbación; ¡oh, no, jamás!