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Apenas salieron de la estancia, se hallaron envueltos en una nube de parientes, que se<br />
acercaron ansiosos a ellos y los abrumaron a preguntas.<br />
-Nada, nada, dijo el sobrino, es preciso que Nicolás vaya en busca del escribano. Si<br />
no, no acabaremos nunca.<br />
La sobrina se deslizó sigilosamente hacia el comedor, y llamando aparte a la<br />
doncella, le dijo en voz baja:<br />
-Manda un recado a don Cornelio, como habíamos convenido.<br />
-Está aguardando en el cuarto bajo, respondió la doncella, desapareciendo como una<br />
sombra.<br />
Este diálogo, aunque pronunciado en voz muy baja, había sido oído, o más bien<br />
adivinado.<br />
<strong>El</strong> sobrino, que había sospechado la intención de su enemiga, se había ocultado en la<br />
penumbra del corredor para escuchar sin ser visto.<br />
Así que las dos interlocutoras se hubieron separado, abandonando el campo, llamó a<br />
la segunda doncella.<br />
-Tu ama ha quedado sola, le dijo, ve a ver si quiere algo. Si consigues que haga<br />
testamento, y lo haga a nuestro favor, tendrás tu parte como si fueras uno de los<br />
parientes. Date prisa: ya han ido a buscar al escribano, que aguarda por mi orden en el<br />
café vecino.<br />
La doncella era lista, hizo una señal de asentimiento, dio un rodeo, y entró por una<br />
puerta excusada en la alcoba de su ama.<br />
Ésta había vuelto a caer inerte sobre el lecho. La vida solo residía en sus ojos, que se<br />
movían hacia todos lados, retratando una desesperación profunda; mientras sus manos<br />
crispadas amontonaban las sábanas como sí quisiese esconderse debajo de ellas.<br />
-Señora, mi buena señora, exclamó la doncella, apoderándose de una de sus manos y<br />
cubriéndola de besos.<br />
Luego prosiguió con acento de terror:<br />
-¡Jesús, Dios mío! ¡Pues si ya no tiene usted pulsos! ¡Si se está usted acabando por<br />
momentos! ¡Tiene usted la muerte pintada en el semblante!