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154<br />
Como la noble matrona medía el corazón de los demás por la ruindad del suyo, miró<br />
a Clotilde con aire triunfante, creyendo haberle asestado la primera herida que venía<br />
resuelta a inferirle.<br />
Pero el dolor de Clotilde era sincero y siguió sollozando con el mismo desconsuelo<br />
que antes.<br />
¡Perfectamente representado!, pensó doña Segismunda.<br />
Irritada hasta lo sumo, por lo que ella creía hipócritas alardes, prosiguió yendo<br />
derecha a su asunto.<br />
-Todo esto lo sé de buena tinta, nada menos que por Miguel, que se hospeda, o más<br />
bien se oculta, no sé por qué, en casa de la tía Ojazos.<br />
¡Oh, entonces sí que la perversa maldiciente pudo gozarse con el efecto que<br />
producían sus palabras!<br />
Al oír el nombre de Miguel, los ojos de Clotilde quedaron secos y sus mejillas se<br />
cubrieron de lívida palidez, como si le hubiese faltado la vida de improviso, Juana se<br />
puso tan pálida como ella, y dejó caer la labor que tenía entre las manos. En cuanto a<br />
Guillermo, se levantó impetuosamente, y empezó a pasear a lo largo de la estancia, con<br />
los ojos hoscos, con el ademán extraviado. Acababa de hallar el porqué de la tristeza de<br />
Clotilde, de sus inmotivadas lágrimas, de sus extrañas reticencias.<br />
Saboreó doña Segismunda, con singular placer, el triple golpe que acababa de<br />
descargar sobre aquellos atribulados corazones, y luego prosiguió como si nada hubiese<br />
hecho:<br />
-¿Pero quién había de pensar que Miguel no hubiera visto a don Guillermo, y no le<br />
hubiese dado la noticia? Yo le encontré esta mañana por casualidad en los alrededores de<br />
la ermita.<br />
Por cierto que a él no le dio gusto el encuentro, y si no se escondió fue porque no<br />
pudo.<br />
¡Viene muy triste y muy desmejorado!<br />
¡Para mí, anda cupidito de por medio!...<br />
Miró a Juana al hablar así; pero sus ojos se fijaron con marcada insistencia sobre<br />
Clotilde.