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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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A pesar de su impaciencia, era tal el sentimiento que tenía de su propia dignidad, que<br />

por nada de este mundo hubiera consentido en hablar la primera.<br />

Policarpa lo sabía, y por lo tanto, no permitiéndole las circunstancias divertirse con su<br />

expectativa, le tiró del vestido, diciéndola en voz baja:<br />

-¡Tengo una carta de Clotilde, escrita de su propio puño y letra!<br />

Volvióse doña Segismunda con la celeridad del rayo, y exclamó, fijando en ella sus<br />

ojos centelleantes.<br />

-¡A ver, a ver!<br />

Acercáronse ambas al altar, de modo que las diese de lleno la luz de la lámpara, sin<br />

ver que las estaba mirando Aquél que, lleno de amor y caridad, perdonó hasta a sus<br />

verdugos.<br />

Colocó doña Segismunda la carta sobre su libro de oraciones, y devoró su contenido,<br />

murmurando entre párrafo y párrafo, con saña reconcentrada.<br />

-¡Pícara, infame, mojigata, que usurpa el aprecio del mundo y la consideración del<br />

mejor de los maridos!<br />

Volvióse, al terminar su lectura, y vio que tenía un auditorio numeroso. Todas las<br />

mujeres esparcidas por la iglesia habían ido arrastrando sus ruedos hasta allí, y habían<br />

formado círculo en torno de las protagonistas de esta escena.<br />

Holgóse doña Segismunda al ver que había tantas lenguas viperinas que propalasen,<br />

comentasen y abultasen el escándalo, y así, después de haberse hecho rogar algunos<br />

momentos, emprendió otra vez la lectura de la carta a media voz, pero con tal lentitud y<br />

claridad, que sus oyentas pudieron saborear hasta las comas.<br />

¡Y aquí de las exclamaciones y de los asombros de aquellas mujeres, que acaso<br />

tendrían mucho por qué acusarse a sí mismas! Santiguábanse, y gemían y se daban<br />

golpes de pecho, implorando la misericordia divina para la extraviada, mientras la<br />

estaban tan villanamente deshonrando. ¡Infelices! ¡Como si hubiesen podido engañar<br />

con sus hipócritas frases al Salvador divino, que mostraba su costado abierto para<br />

refugio de pecadores! ¡Ah, que así entienden la dulce religión, así profanan la santidad<br />

del templo ciertos espíritus groseros y malvados, verdaderos fariseos que especulan sin<br />

miramiento con las cosas santas!

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