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A pesar de su impaciencia, era tal el sentimiento que tenía de su propia dignidad, que<br />
por nada de este mundo hubiera consentido en hablar la primera.<br />
Policarpa lo sabía, y por lo tanto, no permitiéndole las circunstancias divertirse con su<br />
expectativa, le tiró del vestido, diciéndola en voz baja:<br />
-¡Tengo una carta de Clotilde, escrita de su propio puño y letra!<br />
Volvióse doña Segismunda con la celeridad del rayo, y exclamó, fijando en ella sus<br />
ojos centelleantes.<br />
-¡A ver, a ver!<br />
Acercáronse ambas al altar, de modo que las diese de lleno la luz de la lámpara, sin<br />
ver que las estaba mirando Aquél que, lleno de amor y caridad, perdonó hasta a sus<br />
verdugos.<br />
Colocó doña Segismunda la carta sobre su libro de oraciones, y devoró su contenido,<br />
murmurando entre párrafo y párrafo, con saña reconcentrada.<br />
-¡Pícara, infame, mojigata, que usurpa el aprecio del mundo y la consideración del<br />
mejor de los maridos!<br />
Volvióse, al terminar su lectura, y vio que tenía un auditorio numeroso. Todas las<br />
mujeres esparcidas por la iglesia habían ido arrastrando sus ruedos hasta allí, y habían<br />
formado círculo en torno de las protagonistas de esta escena.<br />
Holgóse doña Segismunda al ver que había tantas lenguas viperinas que propalasen,<br />
comentasen y abultasen el escándalo, y así, después de haberse hecho rogar algunos<br />
momentos, emprendió otra vez la lectura de la carta a media voz, pero con tal lentitud y<br />
claridad, que sus oyentas pudieron saborear hasta las comas.<br />
¡Y aquí de las exclamaciones y de los asombros de aquellas mujeres, que acaso<br />
tendrían mucho por qué acusarse a sí mismas! Santiguábanse, y gemían y se daban<br />
golpes de pecho, implorando la misericordia divina para la extraviada, mientras la<br />
estaban tan villanamente deshonrando. ¡Infelices! ¡Como si hubiesen podido engañar<br />
con sus hipócritas frases al Salvador divino, que mostraba su costado abierto para<br />
refugio de pecadores! ¡Ah, que así entienden la dulce religión, así profanan la santidad<br />
del templo ciertos espíritus groseros y malvados, verdaderos fariseos que especulan sin<br />
miramiento con las cosas santas!