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»Yo inclino mi frente agobiada bajo el peso de mi propia culpa, tomo resignadamente<br />
mi cruz y procuro redimir mi delito con las lágrimas... ¡Y he llorado tanto, Guillermo,<br />
tanto, tanto!...<br />
»Pero si la dicha me está ya vedada, quisiera a lo menos tu perdón... ¡Oh, si tú<br />
pudieras perdonarme!<br />
»¡Esta sola idea me hace estremecer de júbilo!... ¡Creo que moriría de júbilo, si una<br />
palabra de perdón llegase a mis oídos!...<br />
»¡Adiós, Guillermo mío, amado mío!... ¡Di a tu buen padre que no olvide en sus<br />
rezos a su desgraciada hija!... ¡Estrecha en mi nombre la mano de la noble Juana, que me<br />
salvó por dos veces!... ¡Besa en la frente a mis hijos: mi hermoso Carlos, mi encantadora<br />
María!... ¿Se acuerdan ellos de mí?... ¿Echan de menos a su madre?... ¡Adiós, adiós, no<br />
puedo más!... Las lágrimas comprimidas en el fondo de mi corazón se agolpan a mis<br />
ojos, y me impiden ver... Mi mano que creía firme, tiembla y no acierta a formar los<br />
caracteres.<br />
»¿Te acuerdas de cuando te vi por primera vez en mi linda casita, que descollaba<br />
como una flor acuática sobre las aguas del río?...<br />
»Oh, cuán bello me pareciste aquella noche en que fuiste a entregarme tu honor, tu<br />
fortuna, la dicha de tu alma...<br />
»¿Qué hice después del sagrado depósito confiado a mi lealtad? ¡Pluguiera a Dios<br />
que hubiese seguido a mi madre a la negra sepultura!...<br />
»¡Adiós, Guillermo mío, hijos queridos, adiós!... ¡Esta carta va cubierta de lágrimas y<br />
besos!... ¡Ah, que he perdido el derecho de estamparlos en vuestras nobles frentes!...».<br />
Así terminaba Clotilde su carta, y he aquí la que recibió a los breves días, en<br />
contestación a la suya.<br />
«Dices que el buen pastor va por montes y por llanos en busca de sus descarriadas<br />
ovejuelas: yo imitaré al buen pastor y te acogeré sobre mi pecho.<br />
»Dices que cuando un río se desborda, deja impresa en la arena la huella de sus<br />
aguas: es cierto; pero los rayos del sol disipan las impurezas del limo, y hacen brotar de<br />
su humedad el musgo perfumado, que cubre con su manto de esmeraldas la campiña. <strong>El</strong><br />
sol de la misericordia celeste, hace brotar del arrepentimiento mil virtudes bellas y<br />
adorables.