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-Es ya muy tarde, le decía, y no quiero que la noche me sorprenda fuera de la ciudad.<br />
Dicen que andan muchos ladrones. No sé cómo no tienen ustedes miedo, viviendo en<br />
este solitario caserón. La tapia del jardín está muy baja y puede escalarla cualquiera.<br />
Miró, al decir esto, a Guillermo, que contestó con vivacidad sombría:<br />
-¡No hay cuidado: tengo buenas pistolas, y al que fuese bastante atrevido para<br />
intentarlo, pagaría su audacia con la vida!<br />
Si doña Segismunda había querido advertirle de algún peligro, la arrogancia de la<br />
respuesta debió demostrarle que había sido comprendida.<br />
Clotilde se empeñó en acompañar a la noble matrona hasta la puerta exterior.<br />
Necesitaba un pretexto para salir de allí, porque le era imposible dominar por más<br />
tiempo su angustioso sobresalto.<br />
-Adiós, queridita, le dijo doña Segismunda al llegar al dintel de la puerta, animarse y<br />
encomendar a Dios a la difunta, que es cuanto se puede hacer por ella.<br />
Luego añadió con maligna sonrisa, mirando el ramillete que Clotilde estrujaba entre<br />
sus manos.<br />
-¡Qué flores tan frescas y perfumadas! Dichosa usted que comprende su lenguaje, y<br />
tal vez halle algún consuelo al descifrarlo.<br />
Cada palabra de aquella mujer era un dardo emponzoñado que iba a clavarse en el<br />
corazón de la víctima elegida por su saña.<br />
Clotilde quedó muda y aterrada.<br />
Imprimió doña Segismunda un beso en su frente, verdadero beso de Judas, y se alejó<br />
con paso majestuoso.<br />
Cerca ya de la ciudad, se destacó una sombra de una casucha en ruinas y se dirigió<br />
hacia ella.<br />
Era Policarpa.<br />
-¿Ha salido todo bien?, preguntó en voz baja.