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En pos de ella bajaron las otras dos mujeres, que eran sus doncellas, llevando cada<br />
una en brazos a un perrito de distintas castas y colores, y por último bajó el hombre, que<br />
no había podido hacerlo antes porque llevaba a su vez una enorme caja en donde se<br />
encerraban los preciosos objetos de tocador que necesitaba la Marquesa para teñir las<br />
canas y disimular las arrugas de su rostro.<br />
Éste era un joven de bello aspecto y maneras distinguidas, cuyo elegante traje de<br />
camino realzaba la gallardía de su figura.<br />
La Marquesa, apenas hubo puesto los pies en el suelo, hizo una caricia a los dos<br />
perros, llamándolos por sus nombres, que eran los de Abelardo y <strong>El</strong>oísa, y después<br />
buscó en torno de sí a su sobrina.<br />
-Heme aquí, tía, exclamó Clotilde haciéndole una graciosa reverencia.<br />
- ¡Ah tú sí!, dijo la vieja cogiéndola por debajo de la barba y examinando su rostro,<br />
¡tú eres otra cosa! Tu cutis es blanco y transparente y tus manos suaves como la pluma.<br />
¡Tú sí que eres de mí raza! Dame, dame tu brazo para entrar adentro.<br />
No le agradó mucho el cumplido a Guillermo, pero como al fin la vieja atrabiliaria<br />
había alabado a su mujer se dio por satisfecho y la siguió sonriendo.<br />
Si le había desagradado a la Marquesa su sobrino, más le desagradó la vista del<br />
comedor en donde la introdujeron.<br />
<strong>De</strong>bemos advertir que, aunque Guillermo al casarse había alhajado su casa con<br />
muebles riquísimos traídos efectivamente de París, como decía Clotilde, no había<br />
cambiado el mueblaje de los aposentos de su padre y del anchuroso comedor, en donde<br />
éste solía permanecer casi siempre porque, como todos los ancianos, estaba apegado a<br />
sus costumbres y sufría con las innovaciones de cualquier género que fuesen.<br />
<strong>El</strong> comedor, pues, amén del tradicional hogar, conservaba los muebles con que le<br />
habían adornado sus tatarabuelos, dos poltronas de cuero, escaños de madera, y larga<br />
mesa de pino.<br />
A la sazón la mesa estaba cubierta de blancos manteles y ostentaba una vajilla<br />
decente; pero no campeaban en ella ninguno de los atributos del lujo y de la moda.<br />
Tanto como el comedor, desagradó a la Marquesa aquel viejo de barba blanca y<br />
aspecto patriarcal que hizo cuanto pudo para levantarse de su asiento apoyándose en el<br />
brazo de su poltrona, y a quien dejó de pie sin concederle ni el más ligero saludo.