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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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58<br />

En pos de ella bajaron las otras dos mujeres, que eran sus doncellas, llevando cada<br />

una en brazos a un perrito de distintas castas y colores, y por último bajó el hombre, que<br />

no había podido hacerlo antes porque llevaba a su vez una enorme caja en donde se<br />

encerraban los preciosos objetos de tocador que necesitaba la Marquesa para teñir las<br />

canas y disimular las arrugas de su rostro.<br />

Éste era un joven de bello aspecto y maneras distinguidas, cuyo elegante traje de<br />

camino realzaba la gallardía de su figura.<br />

La Marquesa, apenas hubo puesto los pies en el suelo, hizo una caricia a los dos<br />

perros, llamándolos por sus nombres, que eran los de Abelardo y <strong>El</strong>oísa, y después<br />

buscó en torno de sí a su sobrina.<br />

-Heme aquí, tía, exclamó Clotilde haciéndole una graciosa reverencia.<br />

- ¡Ah tú sí!, dijo la vieja cogiéndola por debajo de la barba y examinando su rostro,<br />

¡tú eres otra cosa! Tu cutis es blanco y transparente y tus manos suaves como la pluma.<br />

¡Tú sí que eres de mí raza! Dame, dame tu brazo para entrar adentro.<br />

No le agradó mucho el cumplido a Guillermo, pero como al fin la vieja atrabiliaria<br />

había alabado a su mujer se dio por satisfecho y la siguió sonriendo.<br />

Si le había desagradado a la Marquesa su sobrino, más le desagradó la vista del<br />

comedor en donde la introdujeron.<br />

<strong>De</strong>bemos advertir que, aunque Guillermo al casarse había alhajado su casa con<br />

muebles riquísimos traídos efectivamente de París, como decía Clotilde, no había<br />

cambiado el mueblaje de los aposentos de su padre y del anchuroso comedor, en donde<br />

éste solía permanecer casi siempre porque, como todos los ancianos, estaba apegado a<br />

sus costumbres y sufría con las innovaciones de cualquier género que fuesen.<br />

<strong>El</strong> comedor, pues, amén del tradicional hogar, conservaba los muebles con que le<br />

habían adornado sus tatarabuelos, dos poltronas de cuero, escaños de madera, y larga<br />

mesa de pino.<br />

A la sazón la mesa estaba cubierta de blancos manteles y ostentaba una vajilla<br />

decente; pero no campeaban en ella ninguno de los atributos del lujo y de la moda.<br />

Tanto como el comedor, desagradó a la Marquesa aquel viejo de barba blanca y<br />

aspecto patriarcal que hizo cuanto pudo para levantarse de su asiento apoyándose en el<br />

brazo de su poltrona, y a quien dejó de pie sin concederle ni el más ligero saludo.

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