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Clotilde miró en torno de sí: parecióle imposible que aquella buena mujer pudiese<br />
vivir contenta en medio de tantas privaciones.<br />
Agustina adivinó su idea.<br />
-¿Le extraña a usted que me conceptúe feliz?, dijo sonriendo.¿Qué tiene el palacio de<br />
la reina que yo no tenga cuando me sonríen mi marido y mis hijitos? Ven acá tú, serafín,<br />
añadió llamando al más pequeño y levantándose en sus brazos, ¿qué más gloria que tú,<br />
puede haber en este mundo?<br />
Las penas son según se toman, y además todos sabemos que tenemos que llevar<br />
nuestra cruz sobre los hombros.<br />
Resonaron cerca unos pasos lentos y pesados.<br />
-¡Id, id, que padre viene!, exclamó Agustina con alborozo, dirigiéndose a los niños.<br />
Levantáronse éstos atropellados, sin cuidarse de sus codiciadas chinitas, corrieron a la<br />
puerta, y se abrazaron a las rodillas de su padre, que era un hombre ya entrado en años,<br />
pero ágil y robusto, y armaron tal chillariza de alegría, que parecía aquello una jaula de<br />
locos. <strong>El</strong> uno le tornó la escopeta, el otro le arrimó un tarugo de madera para que se<br />
sentase, y el más pequeñuelo, subiéndose sobre sus rodillas, le llenó de besos y caricias.<br />
Tampoco se descuidaron el perro y el gato en manifestar su alborozo. <strong>El</strong> perro corrió<br />
al encuentro de su amo, dando saltos y ladridos y lamiéndole las manos; el gato se<br />
esperezó, agitó la cola como si fuese una serpiente que se enroscaba sobre sí misma, y<br />
fue a restregarse contra sus piernas; pero sin quitar ojo a la caldera, de la cual iban a salir<br />
cosas tan ricas.<br />
Puso entretanto la mesa Agustina, con una sola fuente de barro en medio, ni más<br />
platos que unas rebanadas de pan negro colocadas con simetría delante de cada uno de<br />
los comensales, pues estaban destinadas a hacer a la vez el oficio de tenedores y<br />
cucharas. Tampoco había más que una sola vasija, destinada a contener el vino.<br />
-Esta joven es una huérfana que va a servir a Madrid, dijo Agustina. La pobre no<br />
tiene dinero y la he convidado a comer con nosotros.<br />
-Poco hay, dijo Juan: pero partiremos nuestra pobreza.<br />
Hicieron sentar a Clotilde en un escabel, se colocaron todos alrededor de la mesa y<br />
comieron con singular apetito, incluso la misma Clotilde, que aunque ya había tomado