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-Usted haga lo que quiera, Guillermo, dijo Juana poniéndose encendida. ¿Quién<br />
mejor que usted, cuya generosidad me ha dotado con ese campo tan fértil, puede mirar<br />
por mis intereses?<br />
-Pues yo lo vendo, supuesto que te parece bien.<br />
Y a propósito, ¿sabes que tu capital asciende ya a más de cincuenta mil reales? Como<br />
nunca tocas a los productos, que ganan en mi poder el tres por ciento, pronto se va lejos.<br />
-¿Y cómo he de tocar a los productos, dijo Juana con expresión de ardiente gratitud,<br />
si ustedes son tan buenos que no me dejan carecer de nada? Clotilde me regala siempre<br />
más vestidos que los que necesito; ¿en qué quiere usted que emplee el dinero?<br />
-Pero di, Juana, interrumpió Guillermo, teniendo ya un capitalito, ¿por qué no piensas<br />
en establecerte? <strong>El</strong> matrimonio es el verdadero estado de la mujer. Sí, sí, repuso, viendo<br />
que Juana se ponía pálida y trémula, ya sé que tienes un amor en el corazón, ya sé que<br />
almas como la tuya no aman más que una sola vez en la vida.<br />
¿Crees tú que si yo perdiese a mi adorada Clotilde, podría amar jamás a otra mujer?<br />
¡Oh, no, bien seguro estoy de que no! Mi corazón, que es todo suyo, quedaría muerto<br />
para siempre.<br />
Ya ves que comprendo tu sentimiento, ya ves que te hago justicia. Pero tú eres buena<br />
y juiciosa, y te bastará apreciar y querer a tu marido para hacerle feliz, y ser feliz en<br />
cuanto se puede serlo en este mundo. Necesitas un compañero, un apoyo; la juventud es<br />
breve; la vejez aparece luego triste y solitaria: ¡ay del que no tiene un brazo que le<br />
sostenga, un corazón sobre el cual pueda reclinar la frente!<br />
-Ya ves; no puedes pensar en Miguel; Miguel se ha distraído; se ha desvanecido con<br />
el oropel de la corte.<br />
-¡Jamás seré esposa de Miguel!, exclamó con viveza Juana. Miguel no me ha amado<br />
nunca y no me amará jamás. Pero yo le he erigido un altar en mi corazón, y no puedo<br />
poner en él a otro hombre.<br />
-Anselmo lo sabe, dijo Guillermo, y sólo desea ser tu protector, tu amigo, el<br />
compañero de tu vida. Anselmo te ama hace muchos años. Ahora mismo acabo de<br />
encontrarle y me ha repetido por la centésima vez lo que acabo de decirte, con un acento<br />
que partía el alma. ¿Qué quieres que le responda cuando le vea?<br />
-Que amo a Miguel, y que no puedo acercarme al altar para pronunciar un falso<br />
juramento.