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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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torcidos, ni preveía las consecuencias, ni se fijaba en ellas después de haberlas<br />

provocado.<br />

<strong>El</strong> mundo hacía muchos elogios de la Marquesa, porque había sido bella, noble, rica y<br />

no demasiado altiva.<br />

La había elogiado sobre todo porque su flaco era reunir a los amantes desgraciados,<br />

proporcionándoles medio de verse y entenderse burlando la tiranía de sus padres.<br />

Ninguna ocupación le era más grata que la de casamentera, aunque no presidía en su<br />

afán de casar ni el tino ni la reflexión. Obedecía a su gusto y a su capricho, como si se<br />

hubiese tratado de ir a un baile o al teatro. Pero esto, sin ella misma preverlo le reportaba<br />

la ventaja de tener siempre llenos sus salones y estar circuida de parejitas jóvenes que la<br />

recordaban sus felices tiempos. En esto no imitaba a aquellas viejas necias que, porque<br />

ya no les sonríe el sol de primavera, quisieran destrozar el sol y aniquilar el universo.<br />

Otro de sus flacos eran los bichos, a los que quería con el fanatismo estúpido de los<br />

que tienen la cabeza hueca y el corazón vacío de nobles y levantados sentimientos. No<br />

los quería como Juana quería a su fiel Turco, sino de un modo ridículo y exagerado,<br />

dándoles en bizcochos y golosinas lo que negaba a un mendigo, hermano suyo, exhausto<br />

por el hambre. Su casa era una verdadera arca de Noé, llena de toda clase de animales.<br />

Pululaban allí perros y gatos de todas castas, aves de todos los climas.<br />

Para llegar a ella, para obtener sus favores, era preciso conquistar antes a su feo tití,<br />

que se llamaba Aníbal, o a su Abelardo y <strong>El</strong>oísa.<br />

Pero bien examinado, con esta manía tampoco hacía daño a nadie, porque dinero de<br />

sobra tenía para mantener a tan dilatada familia y consagrar un criado a cada uno de sus<br />

individuos, de modo que si el mundo se reía, no se consideraba con derecho para<br />

fulminar sobre ella un severo anatema. En una palabra, para completar el retrato de la<br />

noble Marquesa diremos que había obrado exactamente como la cigarra de la fábula, que<br />

pasó todo el verano cantando sin guardar nada para el invierno; ella había pasado toda su<br />

vida ocupada en cosas frívolas, sin hacer el más mínimo acopio para la otra vida.<br />

Nos habíamos olvidado de otro de sus flacos, y no el menor de todos, éste era la<br />

claridad, y tan clara quería ser en sus palabras y acciones que se parecía al sol, que pone<br />

de manifiesto hasta el lunar más pequeño. Gozaba extraordinariamente en llamar fea en<br />

su cara a la fea, y ridícula a la ridícula; era tanta su intransigencia que no perdonaba ni la<br />

más leve falta, complaciéndose en hacerla notar a todo el mundo. Y como era noble y<br />

tenía dinero, todo el mundo se reía de sus gracias, que eran verdaderas desvergüenzas, y<br />

la aplaudía con entusiasmo.

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