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torcidos, ni preveía las consecuencias, ni se fijaba en ellas después de haberlas<br />
provocado.<br />
<strong>El</strong> mundo hacía muchos elogios de la Marquesa, porque había sido bella, noble, rica y<br />
no demasiado altiva.<br />
La había elogiado sobre todo porque su flaco era reunir a los amantes desgraciados,<br />
proporcionándoles medio de verse y entenderse burlando la tiranía de sus padres.<br />
Ninguna ocupación le era más grata que la de casamentera, aunque no presidía en su<br />
afán de casar ni el tino ni la reflexión. Obedecía a su gusto y a su capricho, como si se<br />
hubiese tratado de ir a un baile o al teatro. Pero esto, sin ella misma preverlo le reportaba<br />
la ventaja de tener siempre llenos sus salones y estar circuida de parejitas jóvenes que la<br />
recordaban sus felices tiempos. En esto no imitaba a aquellas viejas necias que, porque<br />
ya no les sonríe el sol de primavera, quisieran destrozar el sol y aniquilar el universo.<br />
Otro de sus flacos eran los bichos, a los que quería con el fanatismo estúpido de los<br />
que tienen la cabeza hueca y el corazón vacío de nobles y levantados sentimientos. No<br />
los quería como Juana quería a su fiel Turco, sino de un modo ridículo y exagerado,<br />
dándoles en bizcochos y golosinas lo que negaba a un mendigo, hermano suyo, exhausto<br />
por el hambre. Su casa era una verdadera arca de Noé, llena de toda clase de animales.<br />
Pululaban allí perros y gatos de todas castas, aves de todos los climas.<br />
Para llegar a ella, para obtener sus favores, era preciso conquistar antes a su feo tití,<br />
que se llamaba Aníbal, o a su Abelardo y <strong>El</strong>oísa.<br />
Pero bien examinado, con esta manía tampoco hacía daño a nadie, porque dinero de<br />
sobra tenía para mantener a tan dilatada familia y consagrar un criado a cada uno de sus<br />
individuos, de modo que si el mundo se reía, no se consideraba con derecho para<br />
fulminar sobre ella un severo anatema. En una palabra, para completar el retrato de la<br />
noble Marquesa diremos que había obrado exactamente como la cigarra de la fábula, que<br />
pasó todo el verano cantando sin guardar nada para el invierno; ella había pasado toda su<br />
vida ocupada en cosas frívolas, sin hacer el más mínimo acopio para la otra vida.<br />
Nos habíamos olvidado de otro de sus flacos, y no el menor de todos, éste era la<br />
claridad, y tan clara quería ser en sus palabras y acciones que se parecía al sol, que pone<br />
de manifiesto hasta el lunar más pequeño. Gozaba extraordinariamente en llamar fea en<br />
su cara a la fea, y ridícula a la ridícula; era tanta su intransigencia que no perdonaba ni la<br />
más leve falta, complaciéndose en hacerla notar a todo el mundo. Y como era noble y<br />
tenía dinero, todo el mundo se reía de sus gracias, que eran verdaderas desvergüenzas, y<br />
la aplaudía con entusiasmo.