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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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57<br />

-Sí; ¿pero qué vamos a hacer? Escribe su carta desde la última parada, y dice que<br />

llegará tan pronto como el propio. ¡Quieres cerrarla las puertas de tu casa!<br />

Guillermo se rindió a la exactitud de esta observación, y se encogió de hombros en<br />

señal de asentimiento.<br />

A pesar de sus anteriores cavilaciones, Clotilde se dirigió a Juana, como lo hacían<br />

todos los de la casa cuando necesitaban alguna cosa.<br />

-Es preciso que prepares las habitaciones azules, dijo; pero pronto.<br />

Aún no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando resonó un ruido lejano de<br />

un coche, y en breve se oyeron en el vestíbulo las voces de los criados que acudían a ver<br />

quién llegaba tan de improviso a la casa.<br />

Clotilde y Guillermo corrieron a la puerta.<br />

Habíase parado ya delante de ella un coche de camino, un coche antediluviano por lo<br />

alto y por lo grande; pero en cuya portezuela se veía grabada una corona de marqués y<br />

las armas señoriales.<br />

Llegaba nada menos que de Madrid, y estaba cubierto de polvo.<br />

Adelantóse Guillermo a abrir la portezuela, y vio que en su interior venían tres<br />

mujeres y un hombre.<br />

Guillermo vestía su traje de casa, y la Marquesa, que era una vieja verde, teñida y<br />

retocada, con un sombrero lleno de lazos y flores en la cabeza, no quiso tocar la mano<br />

que le tendía para ayudarla a bajar, preguntando con voz chillona y desagradable:<br />

-¿Y mis sobrinos?<br />

-Yo soy el esposo de Clotilde, dijo Guillermo sonriendo.<br />

-¡Usted!, exclamó la vieja juntando las manos sobre el pecho con ademán de<br />

asombro.<br />

Hubo sin embargo de resignarse, y apoyarse en su mano rústica para bajar del coche.<br />

Bien lo necesitaba, porque además de la pesadez de los años llevaba en brazos a un feo<br />

tití, vestido con un traje tan abigarrado como el suyo.

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