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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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173<br />

¡Bien sé que mi sacrificio ha sido estéril, bien sé que has renunciado a la honra<br />

inmaculada, a las puras creencias de tus padres, que pasas en la crápula las horas que<br />

debías dedicar al estudio, que has arrastrado por el lodo la centella del genio con que<br />

Dios te había dotado... Sigue tu camino, ve... Siembra a tu paso el luto y la desventura!...<br />

¡Cúbrete de infamia y vilipendio!... Pero no vengas a buscar a la cándida paloma en su<br />

escondido asilo, no vengas a arrancar la casta esposa, la tierna madre, al amor de su<br />

esposo y de sus hijos...<br />

¡Ah, ah!, añadió con una voz llena de lágrimas; hace poco hablabas de que no se<br />

pueden dominar las pasiones, que la juventud abona los extravíos: pues qué, ¿no he<br />

dominado yo, siendo joven, mi pasión, pasión ardiente, ciega, delirante? Pues qué,<br />

¿crees que no he necesitado una abnegación sin límites para acallar mi amor, cuanto te<br />

impulsé a que partieras a Madrid? Pues qué, ¿crees que no he necesitado hacer un<br />

esfuerzo heroico para imponer silencio a mis celos, cuando te vi consagrar a otra un<br />

corazón que debía ser mío, que yo había conquistado, luchando día por día con las armas<br />

del amor y el sacrificio?<br />

Juana no necesitaba ponderar la inmensidad de su pasión, la inmensidad de sus celos,<br />

la inmensidad de su dolor.<br />

<strong>El</strong> fuego de su alma la había trasfigurado por completo: estaba bella, con esa<br />

hermosura espiritual y sublime que sólo pueden prestar a la fisonomía los puros y<br />

elevados sentimientos.<br />

Miguel nunca la había visto así: nunca había sospechado que aquella figura, llena de<br />

calma y dignidad, pudiese iluminarse con los destellos de un amor sin límites.<br />

-¡Juana!, murmuró trémulo de sorpresa y de emoción ¿Será posible? ¿Me amarías tú<br />

de otro modo que ama una madre a su hijo, una hermana a su hermano?<br />

-¡Silencio, gritó Juana poniendo un dedo sobre sus labios, yo he muerto para ti! ¡Ésta<br />

es la confesión postrera de una muerta!...<br />

Hizo una breve pausa, y luego como un volcán que deja escapar repentinamente de su<br />

seno torrentes de lava y fuego, exclamó con acento delirante, dando salida por primera<br />

vez al secreto guardado por tantos años en el fondo de su alma.<br />

-¡Te he amado, Miguel, te he amado!...<br />

¡Ah, no envía la naturaleza himno más puro y tierno a su creador, que el que yo te<br />

enviaba por mañana y tarde!... ¿Por mañana y tarde? ¡No! No había minuto en el día en<br />

que tu imagen no estuviese delante de mis ojos, tu nombre adorado en mis labios... Te he

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