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-<strong>El</strong> caso es que también se lo había dicho a Miguel, que por mi ruego la acompaña no<br />
siéndome a mí posible dejar mis ocupaciones.<br />
-Vele hay, replicó la tía Ojazos, Miguel se sentaba en ese otro banquillo de al lado,<br />
pero como era después de haber paseado mucho por los alrededores se conoce que el<br />
cansancio les quitaba la memoria.<br />
Estaba tan electrizada la diabólica vieja con la novedad de aquella escena, cuya<br />
siniestra importancia conocía perfectamente, que crispados sus nervios hacían que se<br />
erizasen sus blancos cabellos, formando corno una diadema de movibles culebras<br />
plateadas alrededor de su frente.<br />
En aquella lucha, Guillermo era el que llevaba la peor parte; pero comprendiendo que<br />
si se dejaba vencer su honor quedaba perdido, aunque desconcertado y confuso, se<br />
esforzó a decir:<br />
-¡La pobre Clotilde es tan sensible! La superiora del convento en donde se ha<br />
educado, y que le ha servido casi de madre, está muy mala, y esto la trae muy pesarosa.<br />
Bien se veía que andaba buscando las palabras, y que lo que decía era una mentira.<br />
-¡Ya!, dijo la tía Ojazos con irónica sonrisa, ¡será sin duda por esto la novena! Ya me<br />
parecía a mí que le sucedía algo malo, porque el otro día, después de haber ido a dar un<br />
paseo con Miguel, volvió muy pálida y con los ojos hinchados de llorar.<br />
Bailaban sus crespos cabellos al decir esto, como si estuvieran atacados del mal de<br />
San Vito, y sus ojos despedían rayos de fuego.<br />
Al ver destrozado y vencido a su enemigo, pues harto bien revelaban el estado de su<br />
alma el temblor de su cuerpo y la lívida palidez de su semblante, quiso rematarle con un<br />
solo mortal golpe y así repuso:<br />
-Por cierto que aquel mismo día la vi grabar con un lindo cortaplumas no sé qué en la<br />
corteza de la grande encina que está en medio de los cuatro caminos, y a Miguel<br />
también, que le quitó el cortaplumas para grabar otras palabras. Sería alguna oración<br />
para que Dios devolviese la salud a su maestra.<br />
-¡Quiá, mujer!, saltó Ruperto que aunque no sabía escribir sabía leer, y se mostraba<br />
siempre que podía muy orgulloso de su ciencia, si lo que dicen esos garabatos es:<br />
recuerdo eterno.