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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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209<br />

usted supiese todo lo que ha hecho mientras su enfermedad la ha tenido a usted lejos de<br />

aquí, mientras don Guillermo ha estado en la cárcel!...<br />

-¡Vámonos!, exclamó la anciana levantándose con impaciencia.<br />

Pero ya era tarde.<br />

-¡En la cárcel, preguntó Clotilde con doloroso asombro, en la cárcel!...<br />

Cubrióse el rostro con las manos y prorrumpió en sollozos.<br />

Algo le había hablado la Superiora de pleitos y disgustos, algo le habían dicho en sus<br />

cartas Guillermo y Juana; pero estaba muy lejos de sospechar la catástrofe espantosa.<br />

-No se aflija usted, señora, dijo Anselmo. ¡Dios envía estas pruebas a las buenas<br />

almas para acrisolar sus virtudes! Es verdad que la prueba ha sido dolorosa, pero ya está<br />

todo terminado. Si don Guillermo ha perdido el pleito, y con él sus inmensas<br />

propiedades, nada ha perdido en la consideración general, y todos creen firmemente que<br />

ha sido víctima de una infame intriga. Los mismos jueces qué le han condenado no se<br />

han atrevido a imponerle más pena que un año de prisión. Todo Orduña se hubiera<br />

sublevado ante un fallo más severo. Y así, ¡si viera usted que muestras de aprecio y de<br />

cariño ha recibido en la cárcel! ¡Todas las personas más distinguidas de Orduña se<br />

disputaban el placer de acompañarle y consolarle, y cuando volvió a su casa, su vuelta<br />

fue un verdadero triunfo! Pobres y ricos le acompañaban, como si quisiesen protestar en<br />

masa del fallo de los tribunales... ¡Tenía además el consuelo, en medio de su desventura,<br />

de que aquí estaba Juana, el ángel bueno de su casa, velando por su anciano padre,<br />

velando por sus hijos!... ¡<strong>El</strong>la hizo frente a todo, ella sostuvo el valor de todos!... ¡Es<br />

singular cómo piensa hasta en las cosas más pequeñas! Mire usted allá la cabrita<br />

manchada, a la que usted quería tanto, y que iba a tomar el pan de sus manos... Pues<br />

cuando se sentenció el pleito a favor de los otros herederos, y éstos se arrojaron como<br />

buitres sobre la herencia para repartirse los campos, viñedos, olivares y rebaños. Juana<br />

compró esa cabrita para usted de su propio dinero, satisfaciéndoles la cantidad que<br />

quisieron pedir por ella.<br />

¡Ah!, si Juana quisiese venir a habitar mi pobre choza, ¿qué rey sería más feliz que<br />

yo?<br />

Clotilde no interrumpió ni una sola vez este razonamiento: ¡parecía estar muerta!<br />

Las cabras, que no entendían de pláticas, y estaban ansiosas por llegar cuanto antes al<br />

redil, triscaban ya a lo lejos, y Anselmo, mal su grado, tuvo que despedirse y seguirlas a<br />

toda prisa.

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