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usted supiese todo lo que ha hecho mientras su enfermedad la ha tenido a usted lejos de<br />
aquí, mientras don Guillermo ha estado en la cárcel!...<br />
-¡Vámonos!, exclamó la anciana levantándose con impaciencia.<br />
Pero ya era tarde.<br />
-¡En la cárcel, preguntó Clotilde con doloroso asombro, en la cárcel!...<br />
Cubrióse el rostro con las manos y prorrumpió en sollozos.<br />
Algo le había hablado la Superiora de pleitos y disgustos, algo le habían dicho en sus<br />
cartas Guillermo y Juana; pero estaba muy lejos de sospechar la catástrofe espantosa.<br />
-No se aflija usted, señora, dijo Anselmo. ¡Dios envía estas pruebas a las buenas<br />
almas para acrisolar sus virtudes! Es verdad que la prueba ha sido dolorosa, pero ya está<br />
todo terminado. Si don Guillermo ha perdido el pleito, y con él sus inmensas<br />
propiedades, nada ha perdido en la consideración general, y todos creen firmemente que<br />
ha sido víctima de una infame intriga. Los mismos jueces qué le han condenado no se<br />
han atrevido a imponerle más pena que un año de prisión. Todo Orduña se hubiera<br />
sublevado ante un fallo más severo. Y así, ¡si viera usted que muestras de aprecio y de<br />
cariño ha recibido en la cárcel! ¡Todas las personas más distinguidas de Orduña se<br />
disputaban el placer de acompañarle y consolarle, y cuando volvió a su casa, su vuelta<br />
fue un verdadero triunfo! Pobres y ricos le acompañaban, como si quisiesen protestar en<br />
masa del fallo de los tribunales... ¡Tenía además el consuelo, en medio de su desventura,<br />
de que aquí estaba Juana, el ángel bueno de su casa, velando por su anciano padre,<br />
velando por sus hijos!... ¡<strong>El</strong>la hizo frente a todo, ella sostuvo el valor de todos!... ¡Es<br />
singular cómo piensa hasta en las cosas más pequeñas! Mire usted allá la cabrita<br />
manchada, a la que usted quería tanto, y que iba a tomar el pan de sus manos... Pues<br />
cuando se sentenció el pleito a favor de los otros herederos, y éstos se arrojaron como<br />
buitres sobre la herencia para repartirse los campos, viñedos, olivares y rebaños. Juana<br />
compró esa cabrita para usted de su propio dinero, satisfaciéndoles la cantidad que<br />
quisieron pedir por ella.<br />
¡Ah!, si Juana quisiese venir a habitar mi pobre choza, ¿qué rey sería más feliz que<br />
yo?<br />
Clotilde no interrumpió ni una sola vez este razonamiento: ¡parecía estar muerta!<br />
Las cabras, que no entendían de pláticas, y estaban ansiosas por llegar cuanto antes al<br />
redil, triscaban ya a lo lejos, y Anselmo, mal su grado, tuvo que despedirse y seguirlas a<br />
toda prisa.